| viernes, 10 de septiembre de 2010 h |

La todavía ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, se irá como vino: saliendo de la chistera. Es una ministra que no ha hecho nada. Sus primeros meses se volcó con las universidades porque José Luis Rodríguez Zapatero le dio esa competencia, que luego le cercenó y, en lugar de dimitir, lo justificó. Ahora está cansada, y encima se filtra con mala idea que ha dicho que ganaba diez veces más en la empresa privada. Buena observación, pero obvia. ¿Ahora se da cuenta o le puede otra motivación más prosaica que ser ministra y servir al sector y a la sociedad?

Garmendia es el paradigma de la gran decepción, ya que no ha sido capaz de mantener lo prometido respecto a que las inversiones en investigación seguirían. Frases para discursos. Es un cero a la izquierda en un Gobierno que nunca creyó en la investigación, ni siquiera para cambiar el modelo productivo. Y sabiendo que no tenía peso, vendió humo. Es la demostración empírica de que la gente considerada brillante en el mundo empresarial (mérito que no le vamos a negar) no tiene por qué dar la talla en un ministerio. Bernat Soria aparte, claro, otra demostración clínica en fase III.

Todavía hay quien piensa que el Ministerio de Ciencia e Innovación va a tener un representante en la comisión de precios. Que siga esperando. Con que hubiera conseguido eso le habría dado la oportunidad a las empresas de contar con alguien que conozca su realidad y sepa entender que las inversiones deben tener un retorno. Y ni eso. Podría haberlo conseguido, incluso amenazando con dimitir. Pero no lo ha hecho.

La incompetencia de su gabinete solamente es superada por la improvisación de idas y venidas de altos cargos. Ahora sí Carlos Martínez, secretario de Estado, ahora no. Si Garmendia se va, nadie la echará de menos, como si desaparece el ministerio de cartón pluma que habita, en cuyo caso habrá que reconocerle el mérito de haber eliminado una cartera en la que no creía ni el presidente que la nombró. Adiós Garmendia.