Trinidad Jiménez debería dejar el ministerio en manos de alguien que se ocupara de él las 24 horas
| 2010-09-10T16:24:00+02:00 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

Intencionadamente escribo con retraso este artículo. Mi ingenuidad me llevó a pensar que una vez ejecutado por Moncloa el movimiento para desterrar a Tomás Gómez de la capital, y vuelta a la calma relativa tras el lógico revuelo mediático surgido con su retorno al tórrido escenario político madrileño, Trinidad Jiménez tendría la decencia torera de renunciar voluntariamente a su cargo y dejar la Sanidad en manos de alguien que se ocupara plenamente de ella las 24 horas del día. José Martínez Olmos, Rafael Matesanz y, si me apuran, hasta Bibiana Aído, serían los posibles relevos en un ministerio devaluado. El caso de la titular de Igualdad resultaría, desde luego, singular, pues su nivel de competencia con respecto a los dos primeros es sideralmente inferior. Pero siempre parece mejor tener medio ministro al frente de un área que no contar con ninguno. Al menos, a priori.

Como suele suceder en estos casos, erré. No. Jiménez no va a dejar el puesto mientras se emplea en cuerpo y alma en su refriega contra Gómez. De hecho, es oficial que permanecerá en Sanidad, como mínimo, hasta que concluyan las tortuosas primarias. Incomprensible, inexplicable y lamentable. Con esta decisión, menosprecia al ministerio que tuvo a bien acogerle, al sector al que representa y a su propio rival en las primarias, que carece de un medio de propaganda equivalente al de la malagueña. Menospreciar al Paseo del Prado es renunciar a sus funciones para dejarlo en manos de sus segundos mientras se emplea en las primarias, o poner al frente de esta particular campaña al mismo alto cargo que debería velar por la “política social”. También lo es permanecer en él cuando el objetivo no es la mejora sanitaria, sino derrotar a Esperanza Aguirre. Menospreciar al sector es dejarlo de lado por unas semanas para desplazar al hasta ahora líder de los socialistas sanitarios. Y menospreciar a Gómez es bombardear a la población con iniciativas sanitarias que hasta la refriega avanzaban a paso de tortuga: la Ley de Seguridad Alimentaria o la Ley del Tabaco. Una vez más, la salud pública empleada al servicio de los intereses políticos.

Algunos esgrimirán que ya ha habido casos de ministros que, cartera en mano, competían por una comunidad. Y estuvo muy mal. El ejemplo de Jaume Matas en la época del PP puede valer. Pero una cosa es compatibilizar cargos durante la carrera por la presidencia de una comunidad y otra hacerlo en una contienda torticera con un compañero de partido para eliminarle de la esfera política. Nunca comulgué con Gómez ni con sus postulados sanitarios rancios, arcaicos y trasnochados. El tiempo confirma que su libro blanco era tan estéril como vaticinaban estas crónicas. Frente a él, los posicionamientos de Jiménez en aspectos sanitarios generales y otros más concretos, como el del área única, resultan más razonables, modernos y realistas a efectos prácticos. Pero lo que no puede hacer la ministra es devorar a su rival desde una posición ventajosa y de abuso de dominio. Competir en las primarias y ser ministra tendría que ser incompatible, y Jiménez debería renunciar ya a uno de estos dos papeles.

Preguntas sin respuesta

¿Qué conocida agencia ha organizado un largo viaje con altos cargos de por medio? ¿Cuánto ha costado el desplazamiento a las arcas públicas?

¿Cuánto dinero público ha empleado el Ministerio de Sanidad y Política Social en la confección y el aderezo de la Ley de Salud Pública?

¿Es lícito que un alto cargo del Ministerio de Industria recale en un laboratorio farmacéutico? ¿Qué magro alto cargo ha protagonizado tal llamativo salto?

¿Qué consejera de Sanidad socialista volverá a la carga con el copago en el próximo Pleno del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud?