J. Ruiz-Tagle Madrid | viernes, 22 de febrero de 2019 h |

Corría el año 2015 cuando varias compañías farmacéuticas pusieron sobre la mesa un arsenal terapéutico para la hepatitis C con una eficacia que pocas veces se ve en un medicamento. Fue entonces cuando la sociedad española presionó para que los decisores políticos pusieran los mimbres de lo que meses después comenzó a catalogarse como una historia de éxito. Sin embargo, ese esfuerzo colectivo está en riesgo porque falta poner un broche que no requiere del esfuerzo económico y social de entonces pero sí de una determinación que evite tirar por tierra todo lo conseguido. No dar este nuevo impulso puede poner en riesgo el excelente trabajo realizado hasta ahora, un error que no deberían permitirse en el Ministerio de Sanidad.

Hablar hoy de hepatitis C es hablar de eliminación de la patología. Una vez superado lo urgente hay que evitar que el drama vuelva a aparecer en la sociedad. Esta enfermedad tiene un componente muy peligroso, su carácter silente, y por ello hay que multiplicar esfuerzos para que aquellos que faltan por ser tratados se les administre un tratamiento que ya ni siquiera distingue entre genotipos. Un mensaje en el que coinciden los más reputados hepatólogos así como las sociedades de atención primaria y asociaciones de pacientes afectadas. El mensaje fue trasladado de manera muy nítida en un debate impulsado por Wecare-U (compañía editora de Gaceta Médica y El Global) y patrocinado por Gilead.

El primer paso para apuntalar esta eliminación es considerar a la hepatitis C un problema de salud pública. Puede parecer pueril pero definirla de esta manera traería consigo el desarrollo de varias políticas necesarias para conseguir el reto. Las más urgentes son mejorar el acceso y avanzar en el diagnóstico. Según la encuesta de seroprevalencia que ha realizado el Ministerio de Sanidad aún quedan por tratar a unas 50.000 personas pero la dificultad radica en que muchas de ellas no están dentro del sistema sanitario y otras ni siquiera saben que son pacientes. “Se debe avanzar en hacer llegar el tratamiento allá donde se encuentran los pacientes y ser imaginativos en el diagnóstico”, explica María Buti, presidenta de la Asociación Española para el Estudio del Hígado.

Esta opinión también es compartida por Javier García-Samaniego, coordinador de la Alianza para la Eliminación de las Hepatitis Víricas en España (Aehve). El hepatógolo resalta que en el apartado del diagnóstico la encuesta de seroprevalencia del Ministerio permite afirmar que “el cribado poblacional a mayores de 40 años sería interesante”. Pero para que esto se pueda llevar a cabo de manera unificada hace falta una actuación política que se traduzca en la actualización del Plan Nacional. Sin embargo no hay fecha a la vista. “Sanidad se ha comprometido y me consta que la hepatitis C no ha dejado de estar en la agenda pero la vida política es convulsa”, añade García Samaniego. Además de la montaña rusa que se vive en la vida pública habría que añadir que el carrusel de elecciones que se avecinan pueden frenar los tiempos hasta verano.

La actualización del Plan conseguiría que atención primaria pudiera ocupar y liderar el espacio que requiere el momento. “Necesitamos criterios unificados sobre la necesidad de hacer el cribado; existe una cartera de servicios donde habría que incluirlo. Además, nosotros funcionamos con contratos de gestión, donde hay objetivos. Necesitamos proactividad institucional para que se incluya el cribado entre ellos”, explica José María Molero, miembro del GdT de Infecciosas y portavoz de semFYC en la Aehve. Sin embargo la sensación es de poca actividad. “No se está siendo muy proactivo en la búsqueda de pacientes; la administración no está poniendo toda la carne en el asador”, afirma Jesús Fargas, secretario general de la Federación Nacional de Enfermos y Transplantados Hepáticos.

Precisamente la búsqueda del paciente está íntimamente ligada con el otro hándicap que observan los expertos: el acceso. El problema que hay que enfrentar para abordar la eliminación es ser consciente de que muchos de los pacientes sin tratar no están dentro del sistema sanitario. Los hay en instituciones penitenciarias y también en centros de atención a la drogodependencia. “Para que el tratamiento llegue a todos sitios hay que ampliar más allá de los hospitales”, explica Buti. De hecho, García Samaniego asegura que trasladar el diagnóstico y tratamiento no sería complicado. “Con los tratamientos actuales, con los que no son necesarios llegar a nivel genotípico, el diagnóstico sería rápido”, dice.

Además, Molero señala que sería fundamental resaltar la estrategia de coordinación entre niveles asistenciales para que, además de encontrar a los pacientes que faltan, no se pierdan los ya detectados. “Tampoco podemos perder del sistema a los pacientes ya tratados para evitar la reinfección; quizá un seguimiento anual durante los primeros años sería suficiente”, señala el experto en enfermedades infecciosas.

En síntesis, los ingredientes que necesita la eliminación de la hepatitis C son avanzar en el diagnóstico mediante cribados poblacionales y extender el acceso del tratamiento más allá de los hospitales. Para ello, el Ministerio debe volver a priorizar la actualización del Plan Nacional.