| viernes, 12 de marzo de 2010 h |

Antonio González es periodista del diario ‘Público’

El suicidio siempre ha sido un tema controvertido, sobre todo a la hora de abordarlo desde los medios de comunicación. En las redacciones, y fuera de ellas, siempre hay quien dice que informar del fenómeno no hace más que aumentar el número de personas que se acaban quitando la vida, por aquello del efecto imitación. Lo malo es que, como se puede comprobar día a día, aquello que no sale en los medios no existe, al menos para los responsables políticos que tienen que tomar decisiones sobre el gasto público, y este triste fenómeno no es una excepción.

En consecuencia, la ocultación de los suicidios por parte de los medios, un fenómeno en el que también pesa el tinte pecaminoso y culposo que la tradición católica otorga al hecho de quitarse la propia vida, acaba provocando su invisibilidad, y al final nadie se da por aludido. Incluso los medios han diseñado un lenguaje paralelo para indicar que una muerte se debe a un suicidio, pero sin llegar a decirlo. Nadie se tira por la ventana, sino que se precipita, nadie se ahorca, sino que es hallado sin vida en extrañas circunstancias. Muchas veces se dice que es para evitar acciones judiciales por parte de los familiares, pero lo cierto es que en otros sucesos se habla sin pudor de Menganito como el presunto agresor, u homicida o lo que sea.

Resulta evidente, como ocurre con todo tipo de crímenes y como ha quedado demostrado en el caso de las agresiones machistas, que dar profusión de detalles morbosos sobre lo ocurrido, lejos de mantener más informada a la audiencia, acaba dando alas a los que están a punto de dejarse llevar por la violencia en un sentido u en otro. Pero tampoco podemos seguir ignorando la importancia de los suicidios en este país. Hasta ahora teníamos excusa, porque las más de 3.000 personas —en su mayoría varones— que se quitan la vida todos los años en España quedaban ocultos tras las víctimas de tráfico, tradicionalmente mucho más numerosas. Pero estos días hemos sabido que, gracias al progresivo descenso de la siniestralidad en las carreteras, la primera causa de muerte no natural en España es el suicidio, según los datos del INE. Lo malo es que, a diferencia de lo que ocurre con los accidentes, el número de suicidios nunca baja, sino que tiende a subir cada vez más, aunque a nadie parezca importarle. Teniendo en cuenta, además, que la mayoría de los suicidas tienen una patología mental previa y que muchos de ellos suelen protagonizar tentativas frustradas, queda claro que estamos hablando de un problema de salud que, al menos en muchos casos, debería poder prevenirse.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, ha llegado el momento de tomárselo en serio. Casi 3.500 muertes son muchas muertes, y la mayor parte de la población no tiene ni idea de que el problema alcanza tal magnitud. Los medios, desde la responsabilidad, deben empezar a tratar el problema y las posibles soluciones, y los responsables sanitarios, ponerse a trabajar en un problema, muy conectado con nuestro déficit histórico en el tratamiento de la salud mental, que destroza la vida de muchos de nuestros conciudadanos y sus familiares. Ha llegado la hora de hablar más de suicidio, aunque no nos guste.