El Alzheimer es un tipo de demencia que, junto a otras enfermedades neurodegenerativas de este tipo, afecta a alrededor de 900.000 personas en España. Hoy en día, se sabe que un exceso de la proteína amiloide es el que provoca la aparición de la enfermedad y que, después de esta proteína, aparecen alteraciones en la Tau. Sin embargo, pese a que los tratamientos disponibles ayudan a aliviar algunos de los síntomas, no existen terapias modificadoras de la enfermedad que varíen el curso del Alzheimer, reviertan o ralenticen sus efectos.

Con una tasa de éxito del 2 por ciento, según datos ofrecidos por la patronal americana Phrma, el desarrollo de nuevos fármacos para la enfermedad de Alzheimer se caracteriza por ser un proceso caro, largo y complejo para las compañías. Este hecho hace que se hayan dedicado menos esfuerzos económicos en esta área terapéutica. “La inversión en investigación en Alzheimer es menor que en otras áreas como el cáncer o el VIH”, explica a El Global Raquel Sánchez-Valle, jefa del Servicio de Neurología del Hospital Clínic de Barcelona.

La enfermedad de Alzheimer tiene una serie de peculiaridades que llevan a que la industria farmacéutica no termine de dar con la tecla para hacer llegar al mercado un fármaco que consiga detener la enfermedad. Por un lado, el tiempo que se necesita para evaluar la eficacia de un tratamiento es mayor al de otras patologías porque el Alzheimer es una enfermedad lentamente progresiva. Este largo proceso repercute en que el coste del desarrollo de estos fármacos sea mayor en comparación con otras áreas.

A lo citado anteriormente habría que sumar las peculiaridades que existen a nivel biológico. El primer problema que se encuentran las compañías que deciden apostar por este campo terapéutico es que las neuronas no se regeneran, lo que obliga a necesitar tratamientos lo suficientemente precoces para detener el proceso de la enfermedad. Otro inconveniente es que la barrera que protege al cerebro (hematoencefálica) impide que los fármacos consigan llegar al mismo. En este sentido, esta barrera hace que los fármacos penetren peor y, por consiguiente, al no llegar al cerebro, muchos no pueden actuar. 

En todas las enfermedades neurodegenerativas hay unas dificultades para obtener tratamientos que sean eficaces y en Alzheimer ocurre lo mismo”, afirma Sánchez-Valle. Otra de las claves es que hasta hace relativamente pocos años no se disponía de la tomografía por emisión de positrones. La función de esta tecnología es visualizar en pacientes vivos qué carga de amiloide tienen y si los fármacos van a tener resultados. “Previamente a la tomografía por emisión de positrones no se podía monitorizar si el fármaco estaba eliminando el amiloide”, añade.

“En todas las enfermedades neurodegenerativas hay unas dificultades para obtener tratamientos que sean eficaces y en Alzheimer ocurre lo mismo”

Según datos difundidos por el informe ‘Alzheimer’s Disease Drug Development Pipeline’, en 2020 había 136 ensayos en marcha, correspondientes a 121 medicamentos. De esa cantidad, la mayor parte de ellos se encontraban en fase II (65). Sin embargo, muchos se quedan estancados en esta fase porque no se ven indicios de que las moléculas puedan ofrecer efectos clínicos.

Mercado actual

La primera diana terapéutica que se aprobó fue la colinérgica. Los pacientes con Alzheimer presentan una disminución de un neurotransmisor llamado acetilcolina. A finales de la década de 1990, principios de los años 2000, fármacos como el donepezilo, la rivastigmina y la galantamina llegaban al mercado para aumentar los niveles de este neurotransmisor. El segundo tipo de fármacos en aprobarse fue la memantina, que actúa sobre otro neurotransmisor, el glutamato, también implicado en algunas funciones cognitivas.

En la actualidad hay una serie de fármacos modificadores del curso de la enfermedad que ultiman su llegada al mercado. El primero de ellos es Leqembi (lecanemab), desarrollado por Eisai y Biogen. Se trata de un anticuerpo monoclonal inyectable para uso intravenoso, destinado a eliminar la beta-amiloide del cerebro. Según se especifica en la ficha técnica, debe iniciarse en pacientes con deterioro cognitivo leve o demencia leve, etapas tempranas de la enfermedad que se estudiaron en los ensayos clínicos. Oto fármaco muy similar es el donanemab de Lilly. “Hay unas pequeñas diferencias entre ambos fármacos, pero a ‘grosso modo’ son dos terapias anti-amiloides que han demostrado que limpian el cerebro del exceso de amiloide”, recalca Sánchez-Valle.

En el caso de los fármacos anti-tau, estos se dirigen al ARN y modifican la expresión de las formas patológicas de la Tau. Se sigue investigando sobre ello, pero desde enero la única novedad que ha habido al respecto ha sido esta tecnología que va por la expresión de. También empieza a haber alguna evidencia de que, al hacer una reducción muy importante del amiloide, podría ser que los niveles de tau no aumentasen tanto”, concluye Sánchez-Valle.


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