El levantamiento del veto a las células embrionarias en EEUU supone un impulso definitivo a estas investigaciones
| 2009-03-15T18:00:00+01:00 h |

Antonio González

es periodista del diario ‘Público’

Sólo era cuestión de tiempo que el recién llegado a la Casa Blanca, Barack Obama, acabara con el veto impuesto por la Administración de George W. Bush a la financiación con fondos federales de investigaciones con células madre de origen embrionario. El primer paso, en realidad, ya lo dio hace unas semanas el nuevo presidente de Estados Unidos cuando la Agencia Estadounidense del Medicamento, la FDA, autorizó a la empresa Geron el inicio del primer ensayo clínico con células embrionarias en enfermos medulares, un estudio del que tendremos nuevas e interesantes noticias muy pronto.

Sin embargo, en ocasiones tan importante como una determinada medida es la forma de llevarla a cabo. La firma, la semana pasada, de la orden ejecutiva que acabó con el veto de Bush a investigar con células progenitoras no fue un mero acto protocolario o administrativo. En la Casa Blanca, rodeado de su séquito más cercano, Obama protagonizó toda una ceremonia pagana al servicio de la ciencia y en contra de la intromisión en la investigación de la religión, las creencias o los prejuicios.

Con toda la intención, el nuevo mandatario norteamericano escenificó el inicio de una nueva era para la investigación con células madre, una investigación que nunca ha cesado, pese al freno de Bush porque el veto sólo concernía a los fondos públicos, no a los privados.

“Tomaremos decisiones científicas basadas en hechos, no en ideología”. Con estas palabras, el presidente estadounidense quiso quitarse de encima de un plumazo siglos de intolerancia religiosa y de cerrazón al progreso de la sociedad, aunque personalmente tengo mis dudas de que lo vaya a conseguir con la facilidad que pretende. La religión, sea cual sea, merece el máximo respeto, al igual que las creencias individuales de cada persona, pero debe quedarse fuera de los laboratorios ya que, como se ha demostrado repetidas veces a lo largo de la historia, ha sido siempre más un palo en la rueda que un estímulo para el avance de la ciencia.

Por otro lado, es cierto que, a la hora de trabajar con material embrionario, existen numerosos elementos morales a tener en cuenta, pero las religiones no tienen el monopolio sobre los mismos. Por ese motivo, hay que asegurar, mediante un estricto sistema de garantías, que las células embrionarias se emplean de la forma adecuada en los proyectos de investigación precisos, y que su uso es imprescindible en cada caso.

Es una realidad que hasta el momento sólo las células madre de tejidos adultos han permitido avances que ya forman parte de la práctica clínica en algunos campos, como por ejemplo en la cardiología, la óptica o la traumatología. Nadie duda tampoco del potencial de las células pluripotentes inducidas (IPS), células adultas que tras ser reprogramadas se comportan como embrionarias.

Sin embargo, la existencia de estas otras dos vías no debe frenar el desarrollo de los trabajos con células embrionarias, al menos hasta que no quede fehacientemente demostrado que las IPS tienen tanto potencial como el que tienen las embrionarias. Probemos todas las posibilidades antes de descartar una vía que, desde el punto de vista científico, es la más prometedora. Hacer lo contrario, considero que sería cometer un error imperdonable.