CARMEN M. LÓPEZ Madrid | viernes, 08 de febrero de 2019 h |

Actualmente, se podría decir que uno de los centros neurálgicos de la investigación en oncología son las enfermedades hematológicas. Al menos, representa uno de los ejes del Oncohealth Institute de la Fundación Jiménez Díaz, tal y como reconoce su director, Jesús García-Foncillas.

Hay que tener en cuenta que las neoplasias hematológicas son alteraciones basadas en un solo gen, muy concretas y específicas, capaces de dar lugar a todo un desarrollo de enfermedades: desde leucemias, linfomas, mielomas, etc. “Esta modelo cuenta a día de hoy con una herramienta terapéutica de mucho éxito, con unas tasas muy significativas de curación”, recuerda García- Foncillas, aludiendo a las células inmunológicas modificadas; la terapia CAR-T. “Ahora podemos transformar el receptor propio en la membrana de estas células inmunológicas de una proteína modificada para buscar la máxima eficacia: la inmunidad celular específica”, recuerda. Este modelo ya no es parte de la teoría, es una realidad clínica en algunas neoplasias hematológicas, pero lo más llamativo es que todo este conocimiento se está trasladando al terreno de los tumores sólidos.

Una realidad en el laboratorio

“El gran problema y la mayor diferencia que hay entre el tumor hematológico y el tumor sólido es que mientras que en el primero hay una alteración monogénica, es decir, una alteración muy concreta, que marca todo el desarrollo de ese proceso tumoral, en el segundo no se puede identificar de manera tan precisa una única alteración”. Esto supondrá un auténtico ejercicio para delimitar todas esas alteraciones y buscar la acción prioritaria para poder desarrollar esa estrategia de modificación dirigida de las células inmunológicas, de los linfocitos T, que permita abrir un camino de esas células de ingenierizadas a nivel in vitro para poder conseguir los mismos niveles de éxito en el resto de tumores.

“Este camino está abriéndose, —explica el oncólogo— todavía es una realidad en crecimiento y en construcción en el campo de los tumores sólidos, que arranca de lo que es la identificación de los objetivos prioritarios de esos tumores sólidos, para poder construir estas células inmunológicas, de manera que reconozcan a esa estructura específica del tumor sólido como algo que es dañino”. Al mismo tiempo, el objetivo es dotarlas de actividad suficientemente fuerte y potente que les permita identificar y poder destruir a estas células tumorales.

Este ejercicio está presente en el instituto en forma de ensayos clínicos. “Estamos trabajando de forma muy activa con linfocitos T, células inmunológicas de pacientes muy concretos de cáncer de pulmón, cáncer de cabeza y cuello, y melanoma, donde a partir de la identificación de las dianas específicas, ingenierizar los linfocitos T”. Aunque todavía está en fase de laboratorio, el objetivo es poder dotarlas de capacidad de identificación de estas proteínas de membrana y, por otro lado, poderlas dotar de la suficiente intensidad de capacidad de reacción para que distingan a estas células y sean capaces de destruirlas.

Los anticuerpos biespecíficos

Como indica García-Foncillas, una parte que complementa la inmunidad celular es el uso combinado de anticuerpos biespecíficos, que se caracterizan porque son capaces de reconocer a los dos elementos críticos para una acción de muerte inmunogénica de la célula tumoral. “Estos anticuerpos reconocen a la célula inmunológica efectora de lo que es la muerte de la célula tumoral y por otra parte, reconocen a la célula tumoral”, aclara el oncólogo. De manera que cuando se ponen en marcha, se aproximan espacialmente los linfocitos T específicos, y se acercan a través de estos anticuerpos a la célula tumoral. Ahí es cuando son capaces de poner en marcha toda la cascada que puede inducir la muerte celular.