Tiene un problema de comunicación y su capacidad de penetración en los centros decisores es escasa
| 2011-09-02T16:15:00+02:00 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

Son las víctimas. Sufren casi a diario los atropellos de la Administración. Cuando no les golpean las autonomías, lo hace el Ministerio de Sanidad, y cuando no el de Economía o cualquier gerifalte de turno al que una simple gorrilla le proporciona ínfulas de capitán general. Encima, quedan siempre como los malos de la película, pues el Gobierno o los servicios regionales de salud no encuentran nunca obstáculo alguno para satanizarlos ante la sociedad, convirtiéndoles con sus medidas en adalides del despilfarro, la prepotencia y la altanería. El sector sanitario y, particularmente, los laboratorios, los distribuidores, las farmacias y los proveedores se lo tienen que hacer mirar. Reciben palo tras palo; viven la vida a golpe de decreto y no pasan momento sin sobresalto. La mayor parte de las veces, de forma injusta. Pero en el pecado que se les atribuye llevan gran parte de la penitencia, porque en los últimos años no han podido hacerlo peor a la hora de mejorar su imagen, resaltar su valor para la economía española o ensalzar su enorme contribución a la mejora de salud de los ciudadanos. Si se le pregunta a cualquiera de ellos sobre qué opina de la ética de las compañías farmacéuticas, el dinero que ingresan los boticarios, la contribución social de los fabricantes de TACS o la labor de los mayoristas, raro será el que no incline el pulgar hacia abajo, como en la Roma de los gladiadores.

¿En qué falla el sector sanitario para quedar siempre como malo ante la sociedad, cuando en realidad es una de las principales víctimas de la torpeza de la Administración? Básicamente, es un problema de comunicación, aunque también es un sector endogámico y algo paleto. De hecho, nunca ha sido nunca capaz de salir del pueblo en el que lleva años instalado, y cuando lo ha intentado, ha causado perplejidad por sus andares de nuevo rico, su lenguaje antiguo, repetitivo e ininteligible, y sus coqueteos erróneos con el poder. Los agentes emplazados en la cadena del medicamento y los proveedores siguen aún mirándose al ombligo, se autoalimentan a base de actos de olor rancio en hoteles de alta enjundia sin obtener repercusión mediática alguna, y están instalados en suerte de narcisismo que lleva a sus protagonistas a la estulticia de presumir de buena presencia en las fotos frente al traje de peor calidad que muestra el vecino de hueco grabado. El sector falla con su estrategia, como falla con los medios en los que divulga sus cansinos mensajes, y en los enlaces con el poder. Lo curioso es que todavía se extraña de que no sea ni mencionado en los debates sobre el Estado de la Nación, o que ocupe el último lugar en las agendas de los que realmente mandan. Su capacidad de penetración en los centros decisores es escasa. Llegan hasta altos cargos que sólo son considerados como meros fontaneros en Ferraz, y se estancan en las consejerías de Salud, mientras las de Hacienda y la vicepresidencia económica viven al margen de sus lamentos. A veces, alcanzan hasta algunos asesores de Moncloa. Pero como dice Franz Kafka en su cuento Ante la ley, detrás de esa puerta hay otra, y después otra y después otra. Y el guardián siempre está presto a cerrarla para ellos.

¿Quién es la ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad, Leire Pajín o María Jesús Montero?

¿Qué alto cargo del Ministerio de Sanidad tuvo que plegarse en el pasado Consejo Interterritorial del SNS a las exigencias de la consejera andaluza para evitar un cisma que hubiera dejado en ridículo a la ministra?

¿En qué comunidad el Colegio de Farmacéuticos está lanzando la consigna de que los boticarios voten al PP en las generales, como represalia por la actuación de la Consejería de Sanidad regional?

¿Qué manida táctica ha empleado Montero para atraerse a las farmacias rurales y dividir al colectivo farmacéutico?