Durante los próximos días, las compañías farmacéuticas divulgarán, un año más, las ya conocidas ‘transferencias de valor’, que en esta ocasión incluyen como novedad un salto cuantitativo y cualitativo en materia de transparencia en el sector sanitario: los detalles de la colaboración con profesionales de la salud realizada en 2017.
Cuando estas transferencias comenzaron a publicarse, fue por desgracia habitual que algunos solo quisieran verlas desde un punto de vista de lobbie, negativo para el sector. Hoy, por fortuna, las ‘transferencias de valor’ se identifican cada vez más con la inversión continua que la industria farmacéutica europea realiza en la asistencia sanitaria y gracias a la cual no sólo se siguen desarrollando nuevos medicamentos, sino que también se sigue fomentando su correcta utilización —imprescindible en un contexto de poblacionales diana cada vez más pequeñas—, compartiendo las mejores prácticas clínicas, intercambiando información y dando forma, en definitiva, al futuro de la investigación clínica.
Para la industria, la transparencia no sólo es necesaria y bienvenida; se ha convertido en algo vital. Brinda seguridad a unas relaciones ya bien reguladas y parece esencial para fortalecer la colaboración y la confianza con otros agentes. Pero, en un contexto de continuas y crecientes exigencias a la industria, hay que hacer puntualizaciones. Una: la transparencia debe tener límites. Hay información (precios, por ejemplo) que, aunque les pese a algunos, debe seguir siendo materia reservada. Lo contrario no beneficiaría a nadie: ni al sector, ni a los ciudadanos, ni al propio país.
Más allá, el sector lleva años pidiendo arrojar algo de luz sobre ciertas decisiones (evaluación, financiación, reembolso) que, aunque reguladas por la ley, siguen siendo opacas. Es un camino inevitable. La transparencia, en algún momento, deberá empezar a ser bidireccional.
Hoy, las transferencias de valor se identifican cada vez más con la inversión de la industria en la asistencia sanitaria