CArlos B. Rodríguez Madrid | viernes, 10 de enero de 2020 h |

El Ministerio de Sanidad suma y sigue. Principalmente, ministros. La salida de María Luisa Carcedo lleva al sexto cambio de titular —ahí es nada— en cuatro años. Se cierra un periodo marcado por la personalidad de una mujer polifacética, que llegó de rebote a un cargo para el que no parecía destinada pero que finalmente —gracias a un periodo en funciones excesivamente largo— logró hacer suyo.

Porque si algo ha caracterizado la gestión de María Luisa Carcedo, como la de todos los ministros nombrados por Pedro Sánchez tras ganar la moción de censura a Mariano Rajoy, es la condición de interinidad bajo la que han trabajado. Ella llegó al gabinete el 13 de septiembre de 2018 para cubrir la precipitada salida de Carmen Montón. El rechazo del Congreso a los Presupuestos Generales, que tuvo lugar el 13 de febrero de 2019, marcó el inicio del via crucis electoral, paralizando importantes proyectos, iniciativas y legislaciones. Pero si bien en otros ministerios se puede haber achacado cierta parálisis, no ha ocurrido así en Sanidad. Carcedo ha convocado siete Consejos Interterritoriales, prácticamente una vez cada dos meses.

Las dos pasiones de la ministra

Porque hay personas que, al igual que la Sanidad, no paran. Y Carcedo es una de ellas. Así lo han asegurado siempre sus colaboradores más cercanos, testigos permanentes de las dos pasiones —la Medicina y la Política— a las que esta asturiana ha dedicado la mayor parte de su vida. Y en ambas empezó muy joven.

En relación a la primera, cursó sus estudios en Medicina en la Universidad de Oviedo. Se especializó en Atención Primaria y Medicina del Trabajo y durante bastante tiempo puso en práctica los conocimientos adquiridos como facultativa de Atención Primaria. En relación a la segunda, se sabe que Carcedo es socialista de cerebro y de corazón. Siendo muy joven se afilió a las juventudes socialistas y desde entonces ha participado activamente en el partido, tanto a nivel regional como a nivel nacional y en puestos de responsabilidad.

No sólo lo ha hecho; además lo ha hecho bien y el partido se lo ha reconocido siempre que ha podido. Como consecuencia, hay poca gente que acumule tanta experiencia en todos los ámbitos de la política como ella. Empezó en la gestión en el Insalud, allá por los años 80, como directora de su área de trabajo, en Asturias. Después de ejercer como directora general de Salud Pública autonómica (estamos en los años 90), entiende que su territorio es la política autonómica. Durante 13 años fue diputada autonómica por Asturias, entre otras cosas (porque también fue consejera de Urbanismo y Medio Ambiente) y cuando parecía que su camino estaba en el Principado, el partido la reclamó para el Congreso.

En Madrid comienza un viaje interesante: no termina su segunda legislatura como diputada porque acepta la propuesta de la entonces ministra de Administraciones Públicas, Elena Salgado, de hacerse cargo de la Agencia Estatal de Evaluación de Políticas Públicas. Revalida su escaño en 2011; en 2014 pasa a formar parte de la Comisión Ejecutiva Federal del Partido como secretaria de Bienestar Social. En 2015 es nombrada senadora y secretaria general del Grupo Socialista en el Senado. Poco a poco se perfila como persona de confianza de Pedro Sánchez, una relación que se afianza tras apostar por él en las primarias de 2017. Como respuesta, se le otorgó el cargo de secretaria ejecutiva de Sanidad del partido y, posteriormente, el de alta comisionada para la lucha contra la pobreza infantil.

Positivos y negativos de su gestión

El triunfo personal culmina seis meses después, con su llegada al Paseo del Prado. Y aunque lo inesperado de su nombramiento le llevó a asumir todo el paquete de medidas anunciadas por su antecesora, ha podido dejar su imprenta gracias a proyectos como el plan de pseudoterapias; el plan de terapias avanzadas —y, concretamente, la apuesta por hacer accesible las terapias CAR-T—; la aprobación del primer medicamento de investigación y producción estrictamente pública —la terapia NC1—; la apuesta por la transparencia en las decisiones de la Comisión Interministerial de Precios o el lanzamiento de Valtermed.

En los ‘debe’ de la ministra cabría destacar su escasa implicación y complicidad con el sector farmacéutico. Ha sido especialmente evidente en el caso de la farmacia… Se ha echado de menos un planteamiento estratégico por parte del Ministerio que tenga en cuenta todo el potencial social y sanitario que ofrece la botica. El paradigma de esta relación ha sido el lanzamiento a consulta del Plan de Genéricos y Biosimilares y el sometimiento a estudio de la propuesta de subastas nacionales de la AiREF.

De la misma forma, la relación con la industria farmacéutica se ha visto condicionada, no sólo por la paralización forzosa de cambios legislativos básicos (como el Real Decreto de Precios y Financiación o el nuevo SPR) sino por la visión del PSOE acerca de la colaboración público-privada y los límites que quiere imponer a la misma. La apuesta por la gestión pública la defendió Carmen Montón, la continuó Carcedo y ahora la proclama Pedro Sánchez como prioridad para la nueva legislatura. Y en esta línea la relación con las compañías se ha movido en una dirección clara: impulsar una relación, como dijo Faustino Blanco, “entre iguales”. La siembra ya está hecha. España no ha dicho, ni mucho menos, la última palabra en transparencia.