C. R. Madrid | viernes, 01 de marzo de 2019 h |

Ningún agente tiene la respuesta, ni puede hacer frente por sí solo a las resistencias antimicrobianas (ARM). Será preciso una colaboración sin precedentes entre gobiernos, industrias, profesionales sanitarios, pacientes y otros expertos que aún no se ha producido, aunque se están dando pasos hacia ello. Por ejemplo, nunca hasta ahora los responsables ministeriales de las tres áreas políticas que tienen algo que decir en resistencias —Sanidad, Agricultura y Medioambiente— habían sido invitados a nivel europeo a sentarse en una misma mesa para hacer un balance de la situación e intentar determinar las mejores prácticas en la prevención y el control de infecciones y del progreso en la lucha contra las resistencias en los Estados miembro de la UE y en la UE en su conjunto. Sus contribuciones informarán al próximo consejo de los ministros de Salud (Epsco) sobre los pasos a seguir para hacer de la UE la región con las mejores prácticas contra las resistencias.

Ha sido la presidencia rumana de la UE la que ha hecho posible reunir a los ministros de estas tres áreas con representantes de la Comisión Europea, de la Organización Mundial de la Salud, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), del Centro Europeo para la Prevención y del Control de Enfermedades (ECDC). El evento de dos días celebrado en Bucarest venía precedido precisamente por unos datos publicados por el ECDC y por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, que revelan que los antimicrobianos utilizados para tratar enfermedades que pueden transmitirse entre animales y humanos, como la salmonelosis, son cada vez menos efectivos en los 28 Estados miembro de la UE.

En junio de 2017, la Comisión Europea adoptó su Plan de Acción contra la resistencia a los antimicrobianos, solicitando una acción política eficaz contra esta amenaza y reconociendo que debe abordarse tanto en la salud humana como en la salud animal y el medio ambiente. Con los últimos datos en la mano, el comisario de Salud y Seguridad Alimentaria de la UE, Vytenis Andriukaitis, es partidario de “hacer sonar las alarmas” de nuevo y de actuar antes de que se conviertan en una “sirena ensordecedora”. A su juicio, el informe del ECDC y la EFSA demuestra que cada vez es más difícil —incluso imposible— tratar ciertas infecciones comunes.

Vigilante de las actuaciones de los estados, la Comisión Europea es consciente de que cuando éstos han implementado políticas estrictas, la resistencia a los antimicrobianos ha disminuido en los animales. Los informes anuales de las agencias europeas y nacionales incluyen ejemplos notables que pueden servir de inspiración para otros países, y que de hecho han inspirado el enfoque One-Health, un paraguas con que el desde Bruselas se insiste en actuar en conjunto, desde todos los países y desde todos los sectores de salud pública, salud animal y medio ambiente.

El evento auspiciado por la presidencia de la Unión Europea los días 28 de febrero y 1 de marzo pretende caminar en esta dirección y utiliza para ello dos datos sobre las resistencias antimicrobianas: 25.000 muertes en 2007 y 33.000 en 2015. Es hora, según los organizadores, de revertir la tendencia.

La industria reclama su lugar

Pero aunque la mentalidad de equipo sea la que predomine, no todos los actores se sienten igual de integrados. Mientras los Estados miembro se reunían en Bucarest, la patronal de la industria farmacéutica innovadora, la Efpia, reafirmaba su compromiso para ser parte de la lucha.

“Sólo a través de una acción concertada entre todos los sectores y partes interesadas encontraremos finalmente soluciones efectivas”, asegura la Nathalie Moll, directora general de la patronal, que resalta que los planes de acción no sólo deben abarcar la prevención de infecciones, la vigilancia o la dimensión ambiental, sino también —y de manera crucial— abordar la necesidad de ir hacia nuevos modelos económicos e incentivos que impulsen la I+D de nuevos antibióticos y vacunas dirigidas a patógenos resistentes. “De hecho —concluye Moll—, lo que más se necesita y sigue en gran medida sin resolverse son incentivos que brinden un retorno competitivo de la inversión para incentivar a las compañías farmacéuticas a asumir el riesgo necesario y la incertidumbre que conlleva el desarrollo de nuevos antibióticos, debido al ciclo de vida específico de estos medicamentos”.