José A. López Martín Oncólogo Médico del Hospital Universitario 12 de Octubre, co-fundador y presidente de GÉTICA | viernes, 08 de noviembre de 2019 h |

La inmunoterapia del cáncer, a pesar de no ser un concepto nuevo, es una revolución en Medicina.En primer lugar, por estar incrementando sustancialmente las expectativas de vida en personas con tumores de muy mal pronóstico. En algunos casos, como en cáncer de riñón, se llevaba una década sin avances notables. En otros, como en el melanoma avanzado, tras medio siglo de numerosos estudios infructuosos, la inmunoterapia fue el primer tratamiento que demostró incrementar la supervivencia.

Conceptualmente, supone la demostración de que el cáncer no sólo es el resultado de la acción descontrolada de unas células genéticamente aberrantes con superioridad adaptativa; en el cáncer, la respuesta del resto del cuerpo es igualmente relevante, a veces por acción (inflamación, angiogénesis), otras veces por inhibición (inmunosupresión local). Este fenómeno es transversal, lo desarrollan muchos tumores en su proceso de evolución.

Estratégicamente, la nueva generación de inmunoterapias son terapias dirigidas. La diferencia con las terapias biológicas desarrolladas previamente es que sus dianas son moléculas reguladoras de la respuesta inmunológica, y no tienen por qué existir en la célula tumoral. También son revolucionarias las nuevas terapias con células efectoras del sistema inmunológico modificadas genéticamente, como los linfocitos CAR-T, paradigma de la medicina individualizada.

Asimismo, son revolucionarias por su aplicabilidad clínica: pueden beneficiar a pacientes con tumores de origen, histología y prevalencias muy diversas. No sólo es una oportunidad para la numerosa población de pacientes con cáncer de pulmón, también lo puede ser para pacientes con tumores muy raros, como el de células de Merkel, contra el que hasta ahora sólo disponíamos de terapias inespecíficas con escaso y efímero beneficio. Además, la inmunoterapia ha sido el primer tratamiento antineoplásico en conseguir una autorización regulatoria (por la FDA) de su uso en tumores que, independientemente de su origen y estirpe, presenten una anomalía molecular específica, la inestabilidad de microsatélites.

Tenemos datos para pensar que otros tratamientos antineoplásicos, tanto sistémicos (quimioterapia, anti-dianas), como locales (radioterapia, tratamientos intratumorales, ablación por radiofrecuencia, etc.), pueden ser sinérgicos con la inmunoterapia, por lo que se anticipa una nueva era de actuaciones multidisciplinares combinadas o secuenciales.

Aunque la personalización de estas terapias es aún una asignatura pendiente, requerirá una nueva manera de enfocar el diagnóstico anatomopatológico de los tumores. En él deberemos incorporar parámetros relacionados con la composición celular, molecular o genómica del estroma tumoral.

Finalmente, como tal revolución, este desarrollo no sólo supone un cambio para pacientes y oncólogos, necesita una redefinición de estrategias operativas de los centros sanitarios y organismos supra-institucionales.