| viernes, 13 de diciembre de 2019 h |

A finales de septiembre, el nuevo Iphone 11 ocupaba miles de titulares en las principales cabeceras a nivel global. Es curioso observar como la mejora de un teléfono móvil despierta tanto interés en una sociedad que, sin embargo, no es capaz de ver el beneficio de otras mejoras. Admiramos y reconocemos que un teléfono móvil disponga de reconocimiento facial o que un automóvil pueda aparcar solo, pero somos incapaces de pararnos a reconocer la innovación que afecta a lo más importante: la salud.

Nuevos dispositivos que facilitan la administración de ciertos medicamentos o combinaciones de fármacos que hacen que el paciente pueda hacer un mejor seguimiento de su tratamiento y, por tanto, proporcionarle más calidad de vida son sólo algunos ejemplos de las aportaciones de la investigación médica. Es la innovación incremental; y aunque es cierto que no puede compararse a la llegada de un tratamiento revolucionario que cure la Hepatitis C o que muestre remisiones completas en distintos tipos de leucemia o linfoma, lo cierto es que aporta una gran diferencia para infinidad de pacientes. Y lo que aporta, hay que valorarlo.

Precisamente esa capacidad de valorar por lo que aporta es lo que solicita Farmaindustria. Que ciertas innovaciones incrementales que supongan avances significativos puedan quedar fuera del Sistema de Precios de Referencia no es una petición que pueda resultar desmesurada, ni mucho menos. Si todo se valora del mismo modo corremos el peligro de que se deje de investigar; que se deje de buscar mejoras a fármacos que ya de por sí han ofrecido y ofrecen soluciones medibles. Por eso es importante que la administración entienda qué es y para qué sirve la innovación incremental. Solo si se es consciente de lo que suponen estos avances se podrá establecer el valor que les corresponde.

Tiene sentido que innovaciones incrementales que aporten valor puedan quedar fuera del Sistema de Precios de Referencia