| viernes, 08 de marzo de 2019 h |

El amo ciego le reprochó al Lazarillo de Tormes que éste comiera más uvas que él del racimo que habían recibido como limosna. Ambos habían acordado comerlas de una en una, hasta que el ciego empezó a digerirlas a pares. Como el lazarillo no protestó, el primero asumió que estaba comiendo más que él. El de las uvas del Lazarillo puede ser un buen ejemplo para explicar cómo los sistemas están abordando el coste de la innovación en oncología. Sin saber el precio que está negociando cada uno, es posible que piensen que los demás, si no se quejan, es que en lugar de dos, se están comiendo cuatro o que es uno mismo el que está comiendo mejor que nadie.

¿Hacen falta reglas del juego más claras y estables que impiden que cualquier innovación tenga un precio elevado, con independencia de su grado de innovación? Sin duda, porque es una realidad que la innovación tarda cada vez más en incorporarse. Una reacción lógica de muchos países, que ante la presión optan por enlentecer las aprobaciones o el reembolso.

¿Hace falta transparencia? Sí, por parte de todos y con límites para todos. Las diferencias de precios reflejan la disposición a pagar de cada sociedad y las caraterísticas socioeconómicas de cada país. El de cómo se reparte el gasto global de la I+D vía precios es un asunto delicado, que puede convertir a los estados que menos pagan en ‘polizones’ de los que pueden pagar más. Cierta opacidad garantiza el statu quo y evita un efecto en cascada dentro del sistema de precios de referencia internacional.

Es importante que el debate se lleve a cabo de forma participativa porque conviene buscar la manera más racional de recompensar aquella I+D que verdaderamente aporta. Conviene no ser taxativo, especialmente con la industria, si no queremos arriesgarnos a un abandono de la innovación por parte del sector privado que sería cualquier cosa menos bueno.

Conviene no ser taxativo si no queremos arriesgarnos a un abandono de la innovación por parte del sector privado