CARMEN M. LÓPEZ Madrid | viernes, 21 de julio de 2017 h |

Hace cerca de un año, España se despertaba con la noticia de los primeros casos en la península de la fiebre Crimea-Congo.

Lo cierto es que la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo (FHCC) no era una sorpresa, en 2011 ya se alertó de que podía ocurrir. Quizás la alarma latente se materializó a través de las crisis del ébola y del zika, cuando epidemiólogos, virólogos y microbiólogos comenzaron a advertir de que nuestro ‘baluarte’ sanitario del primer mundo podría ser invadido por infecciones antes desconocidas en estas zonas.

Así fue, el primer caso con la FHCC se dio en Madrid. Un paciente de 62 años, fallecido el 25 de agosto, contrajo el virus por la picadura de una garrapata. No se le detectó la enfermedad hasta después de su muerte, cuando se conoció el segundo caso de una enfermera que le atendió en el Hospital Infanta Leonor. La mujer contagiada fue tratada en la Unidad de Aislamiento del Hospital Carlos III.

Las lecciones aprendidas de aquellos meses y la experiencia de España han quedado registrados en ‘The New England’, bajo la tutela de José Ramón Arribas, coordinador de la Unidad de Aislamiento de Alto Nivel del Hospital Universitario La Paz.

El experto hace un repaso en GACETA MÉDICA acerca de la manera en que España ha sentado las bases para estar preparados ante casos de este tipo con estos virus excepcionales.

Arribas explica que es la primera vez que se describen dos experiencias de una enfermedad en un país de Europa Occidental, sin antecedentes. “En Europa, se habían detectado en el Este de los Balcanes, Turquía, Albania, y Kosovo”. El objetivo es advertir a la comunidad científica de que en España existe esta enfermedad. Por tanto, aunque el virus de ambos pacientes era idéntico, compartía una huella genética propia de un linaje africano —llegado a través de las aves migratorias— no relacionada con la de Europa del Este.

Tras estos dos pacientes, Arribas reconoce que no se pueden descartar otros episodios en los últimos años que pasaran desapercibidos. “Lo cierto es que tras estas experiencias estamos mejor preparados, ya que si alguien enferma tras una picadura de garrapata hay que considerar esta posibilidad”.

El contagio principal es por picadura, y los contagios se suelen producir en el hospital, “lo que no hay es transmisión entre humanos fuera de los hospitales, no hay brotes de esta enfermedad como ocurre con otras fiebres hemorrágicas como el ébola”, aclara el experto, que apunta que por lo general, las transmisiones de Crimea-Congo entre humanos siempre se ha dado entre profesionales sanitarios dentro de los hospitales.

La mayor parte de las veces que una persona es picada por una garrapata infectada por el virus no desarrolla manifestaciones clínicas, sin embargo, en otros casos, tras la picadura de garrapata hay un periodo de incubación corto, entre tres y cinco días, donde el paciente está con fiebre, malestar general, nauseas vómitos, manifestaciones hemorrágicas.

En principio, como asegura Arribas, no hay una vacuna que pueda prevenir el virus, “lo que sí que hay son medidas de prevención para cuando una persona sale al campo”. En cualquier caso, para el tratamiento la OMS recomienda el uso del antiviral ribavirina que “probablemente sea eficaz en las fases iniciales de la enfermedad”.

Estos casos pusieron de manifiesto la necesidad de reforzar la asistencia protocolizada. Se blindaron las unidades de aislamiento de alto nivel, diseñadas para poder proteger al personal sanitario sin riesgo alguno de contagio. Son unidades que tienen una serie de estructuras de filtros —con presión negativa— y con equipos de protección individuales.

Con todo, estas experiencias ponen de manifiesto un cambio geográfico en la distribución de la enfermedad, un ejemplo más de que el mundo está cambiando, y las enfermedades infecciosas no quedan al margen. La importancia de la especialización de estos profesionales resulta, de nuevo, evidente.

Las claves…

Lo que parece claro que estos dos casos pusieron en preaviso a los profesionales para mantener una rutina de vigilancia, ya heredada de las dos experiencias anteriores con las crisis sanitarias del Ébola y el Zika. Arribas explica que la clave del diagnóstico en el primer paciente vino de mano de la enfermera. En un primer momento, se pensó que el paciente falleció a causa de un fallo hepático de causa no aclarada. “Sin embargo, cuando la enfermera empezó con síntomas similares fue cuando se comenzó a sospechar de la enfermedad”, indica Arribas.