Almudena Fernández Madrid | viernes, 09 de diciembre de 2016 h |

En España, uno de cada diez pacientes que es dado de alta sufre algún efecto adverso y, a nivel extrahospitalario, se producen 18 efectos negativos por cada 1.000 visitas. De estos, se calcula que entre el 50 y el 60 por ciento serían evitables, llegando hasta el 70 por ciento en algún estudio. Así lo explica a GM Andreu Segura, vocal de Grupos de Trabajo de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (Sespas), aunque añade que en España se va todavía “un poco a ciegas” en este campo en relación a Estados Unidos, por ejemplo, donde un estudio reciente de Martin Makary y Michael Daniel, de la Johns Hopkins University School of Medicine (Baltimore), publicado en el British Medical Journal ha estimado que los errores médicos son la tercera causa de muerte.

Es este sentido, Segura recuerda que la iatrogenia, aunque se desprende de las actuaciones sanitarias, en muchas ocasiones no depende de una negligencia médica, sino que es inevitable, pues obedece a la actuación sanitaria en sí. “Los efectos adversos son la cara y la cruz de la misma moneda”, por lo que es importante realizar solo los actos médicos imprescindibles, aunque hay una creencia equivocada en este sentido.

uan Manuel Garrote, secretario general de la Organización Médica Colegial (OMC), incide en que hace ya más de 25 años que se está trabajando para intentar aminorar los efectos indeseables. A su juicio, es un tema “muy poliédrico”, pues la mejor forma de conocer los errores es declararlos, pero si esto conlleva un castigo será difícil que se declare y, por ende, que se aprenda de ellos.

El experto de Sespas explica también que, tanto médicos como pacientes, tienden a pensar “que la medicina lo arregla todo”, algo que no es así aunque haya avanzado mucho, por ejemplo, el consumo de ansiolíticos no soluciona el problema de fondo. Además, se tiende a ser muy intervencionista y no se tiene paciencia en casos como los de la fiebre “para ver qué pasa”, se trata como si fuese una enfermedad cuando no lo es, “es un signo de que algo va mal, y puede ser una reacción defensiva que a lo mejor resuelve el problema por sí misma”, asegura. En lo que se refiere al dolor, es positivo cuando responde a algo concreto, pues es una respuesta que está asociada a la mejor supervivencia de la especie, sin embargo, cuando se trata de dolores crónicos, que no van a ayudar en nada al paciente, muchas veces los médicos son “demasiado prudentes” y aquí sí podría evitarse el sufrimiento con una medicina intervencionista.

Las iniciativas que se llevan a cabo en el ámbito de seguridad del paciente tienen el objetivo de “reducir al máximo” los efectos adversos, tales como el lavado de manos como práctica habitual o la prevención de infecciones por catéteres.

Precisamente, la OMC y Sespas suscribieron un acuerdo para trabajar en esta línea e “impulsar las buenas prácticas en el ejercicio de la medicina”, subraya Garrote.

Medicina defensiva

Otro problema asociado a la iatrogenia es la medicina defensiva que, aunque es más frecuente en los países donde la medicina privada puede llegar a tener que pagar indemnizaciones millonarias, sucede también en España. Esto se debe a que “por desgracia” —comenta Segura—, los jueces están más dispuestos a castigar las omisiones que las intervenciones, “a pesar de que cuando sean indicadas lo único que puedan hacer es daño”. Por ello, con el objetivo de evitar una reclamación o un posible litigio, tanto algunos facultativos como ciertos centros sanitarios tienden a llevar a cabo más intervenciones sanitarias de las que son necesarias, a pesar de que puedan llevar a más efectos adversos. De hecho, recuerda que ninguna actuación es inocua y está exenta de riesgo.

Sobrediagnóstico

Más complicado es el tema del sobrediagnóstico que, tal y como señala el secretario general de la OMC, les preocupa “enormemente”, pues afecta a la salud física y psíquica de los ciudadanos y “genera un enorme gasto innecesario para el sistema de salud”, que “impide que estos recursos se destinen debidamente a las verdaderas enfermedades o a los medios diagnósticos más necesarios”.

Y es que para encuadrar más adecuadamente el problema habría que disponer de una definición de sobrediagnóstico, que no existe de forma oficial.

Si se parte de que es el diagnóstico de una enfermedad que nunca causará síntomas, ni la muerte del paciente, asegura que “son innumerables” las situaciones en las que se produce, en muchas ocasiones por confundir factores de riesgo con enfermedades y en otras por darle una categoría mayor de gravedad a una enfermedad.

En la actualidad, factores de riesgo como el colesterol alto se magnifican dándole una categoría de enfermedad, y hay pacientes sin otros factores de riesgo y con un colesterol entre 200 y 240 que son diagnosticados de hipercolesterolémicos y tratados con medicamentos o pacientes con 90 años y colesterol de 250 que también son tratados y no solo no aumentan su esperanza de vida, sino que se incrementan los riesgos de efectos secundarios.

El vocal de Grupos de Sespas añade que en ocasiones también “se toma la parte por el todo”, por ejemplo al encontrar en una biopsia células cancerosas, que no siempre responden a un cáncer, pero se tratan como si lo fueran con los consiguientes efectos secundarios asociados al tratamiento de esta patología.

De hecho, agrega que los “chequeos periódicos” que se promueven desde muchas instituciones, en ocasiones “tienen más perjuicios que ventajas”, pues es “muy difícil” interpretar adecuadamente una información si no se sabe lo que se está buscando.

Por otro lado, Garrote afirma que se está utilizando la prevención “como patente de corso para advertir o asustar sobre las posibilidades de padecer una enfermedad y en innumerables ocasiones no están demostrados sus beneficios”.