Florentino Pérez Raya Presidente del Consejo General de Enfermería | jueves, 21 de febrero de 2019 h |

Todos aceptamos que se ha acabado el paternalismo en la atención sanitaria. Ha finalizado esa relación asimétrica de los profesionales sanitarios con sus pacientes que ahora, artificiosamente, llamamos “usuarios” o simplemente “clientes” en el ánimo de resaltar su naturaleza autónoma y su capacidad de elegir. No en vano, es ese principio de autonomía el que justifica nada menos que el derecho a la información y al consentimiento informado. No podemos entrar en este limitado espacio a analizar, en profundidad, las condiciones de que debería disponer el ejercicio de ese derecho ni la información que capacita para adoptar decisiones en términos de salud.

Para ello, el ciudadano, el paciente, el usuario, como queramos denominarle, debería tener un rol activo en la gestión de su propia salud. No hay humanización posible sin un paciente informado, autónomo, responsable y activo. Esta es la clave que nos exige tomar medidas a todos los actores del SNS. El empoderamiento del paciente no solo exige un cambio de actitud o de tecnología, es un cambio fundamental del sistema sanitario.

Digo esto porque, precisamente, hemos convertido en moda, en coletilla generalizada, aquello de “situar al paciente en el centro”. Más bien tengo la impresión de que la auténtica realidad vendría definida por la expresión —permítanme la extrapolación— “todo para el paciente, pero sin el paciente”.

A mí me parece que los agentes sanitarios debemos empezar por tomar conciencia de una realidad que, con relativa frecuencia, se nos olvida. Lo primero de todo sería reconocer que “todos somos pacientes” Y, por lo tanto, que lo que yo desearía para mí es, como mínimo, lo que debo brindar a los demás. Hemos de caminar hacia un nuevo paradigma centrado en el cuidar y no solo en el curar. Un modelo en el que todos los actores estén/estemos al servicio del paciente aportando lo que nos es propio a cada uno. La sociedad ha encomendado a cada profesión una misión específica, que la identifica como tal, lo que obliga, precisamente, a que ninguna de ellas se extralimite más allá de sus competencias, trabajando con el resto en términos de respeto e interdependencia.

Cuando hablamos de poner al paciente en el centro no podemos aislarlo de situar a la familia y al cuidador también en el centro. Esto se ve con mucho mayor claridad en la atención sociosanitaria, en la asistencia a personas dependientes.

Empoderar es, precisamente, “situar al paciente en el centro”… y ponemos al paciente en el centro cuando le atendemos con respeto y dignidad; cuando le damos un cuidado individual, integral y continuo; cuando protegemos su salud con calidad, seguridad y ética, cuando mantenemos nuestra competencia a lo largo de la vida, cuando trabajamos en equipo o cuando nos mantenemos cercanos en los alrededores de la muerte para ayudarle a afrontar dignamente este trance;

Los enfermeros llevamos décadas hablando y practicando un modelo de atención que se denomina el modelo de autocuidados de Dorotea Orem. Es un buen ejemplo de empoderamiento, muy arraigado en el sector de atención primaria de salud, que tiene en cuenta al paciente realizando una contribución constante del individuo a su propia existencia. Pero hay que preguntarle qué quiere y cómo lo quiere.

La función de las enfermeras es cuidar de las personas, las familias y la comunidad. Francesc Torralba nos dice, creo que, con absoluto acierto, que “cuidar de alguien es dejar que sea él el principio de actuación. Es, en definitiva, estar dispuesto a seguir su ritmo, a responder a sus necesidades, a moverse a su compás”.

Quiero, por último, reivindicar aquí la figura de la enfermera especialista en Enfermería Familiar y Comunitaria que tiene un papel fundamental relevante, en este aspecto, como educadora, como cuidadora del cuidador desde una situación de proximidad a la población, enfocando sus actuaciones bajo una triple perspectiva: personal, familiar y colectiva.

El empoderamiento del paciente es, de algún modo, cosa de los profesionales de la salud, pero lo es sobre todo de las administraciones prestadoras del servicio sanitario. Son ellas las que han de proporcionar medios para que ese protagonismo del paciente se haga posible creando estructuras de participación, disminuyendo la burocracia, facilitando el trabajo de los profesionales y, en definitiva, respetando que la atención sanitaria no es un trabajo en cadena sino un espacio de excelencia para poder proteger el máximo bien: la salud de las personas.

De los profesionales depende el hacerlo también aportando conocimiento a una práctica asistencial ética, humanista, competente y con el compromiso que, con carácter general, constituye sus señas de identidad.


“El empoderamiento del paciente es, de algún modo, cosa de los profesionales de la salud, pero lo es sobre todo de las administraciones prestadoras del servicio sanitario”