La medicina como ciencia en la que nos vemos acogidos en la enfermedad ha evolucionado muy rápidamente en los últimos 50 años. Se ha tecnificado con avances tremendamente importantes en el diagnóstico, tanto en la imagen como en los estudios analíticos, genéticos y anatomopatológicos, y paralelamente, con tratamientos tanto médicos como quirúrgicos cada vez más eficaces y con menos efectos colaterales, buscando una medicina personalizada con efecto diana. No es una estación término: la llegada de la inteligencia artificial aportará nuevos beneficios a esta ciencia tan antigua como necesaria sin la que no se entiende hoy nuestra vida.
El médico y el enfermo son los protagonistas en el drama de la enfermedad y están unidos en el devenir del tiempo. Estos adelantos tecnológicos junto a los cambios de gestión en el Servicio Público de Salud, en mi opinión, han llevado a un distanciamiento entre el médico y el enfermo. Ambos tienen su parte de culpa en ese alejamiento que se produce con demasiada frecuencia en nuestra sociedad, donde la humanidad, la solidaridad y la empatía no son la regla más habitual.
Un magnífico artículo de Laura Rueda con el título “Humanizar la medicina: un desafío conceptual y actitudinal” se ocupa de esta cuestión. El paciente, hoy informado a través de internet y que en ocasiones recibe noticias médicas carentes de evidencia científica por la prensa no especializada, exige al médico ya en su primera entrevista que le solicite exploraciones o tratamientos que nunca deben provenir de su criterio; pero, por otro lado, los profesionales prefieren no tener problemas sino cumplir estrictamente con una parte del diagnóstico o del tratamiento sin involucrarse más allá. Se observa en estos casos un distanciamiento de la atención que no beneficia al paciente. Un ejemplo de esta falta de empatía la refleja el estilo sarcástico del Dr. House, el médico de la emblemática serie televisiva, que sostiene que “somos médicos para tratar enfermedades, tratar pacientes es el inconveniente de la profesión”. Indudablemente esto ha calado en la sociedad, se juzga la eficacia como fin único frente a la eficacia acompañada de empática y acogedora humanidad.
“Hay que potenciar, defender y postular la medicina pública como derecho fundamenal de todos los españoles, siempre en la igualdad”
Ha desaparecido la figura del médico responsable, del médico de cabecera que conoce al paciente, que comprende nuestra ansiedad frente a la enfermedad. Muchos enfermos me dicen que cuando van al médico, este ni los mira porque está escribiendo en el ordenador, que no los explora y les pide directamente el estudio de imagen o analítico para acabar en el mínimo tiempo que les exige la administración en sus consultas.
Es indudable, después de escuchar a los enfermos, que para ser considerado un buen médico es tan importante saber medicina como mostrarse amable, empático y dedicarles el tiempo necesario.
A lo largo de la historia, se ve al médico como un humanista. En la India y países musulmanes, se le llama hakim, un equivalente a “sabio”. Scribonius Largus, el médico que acompañó al emperador Claudio, uno de los precursores del humanismo médico, entendía su actividad como una profesión en el sentido de vocación, con la obligación moral de un comportamiento virtuoso. Para la medicina india (ayurveda) los médicos deben ser modestos, corteses, autocontrolados y preocupados por sus pacientes. En el sur de Asia, el hakim debe ser compasivo, seguro, moderado, humilde y sin otra ambición que la de actuar bien. En la medicina tradicional china, los médicos deben ayudar a los necesitados y tratar a los enfermos sin discriminación. Todas estas aseveraciones vienen recogidas en varios artículos del actual Código deontológico del Consejo General de Colegios Médicos de España. También forman parte, en otros términos, del Código Ético de la Asociación Médica Mundial.
El buen trato al enfermo es un mandato social para los médicos y no debe quedar sólo en la retórica de los profesionales de la salud.
La última pandemia mundial ha provocado pasos atrás en la relación médico-enfermo, con nuevas y mayores barreras, como son, además de la mascarilla, las ventanillas con metacrilato transparente o cristales en los despachos médicos y la exagerada cita previa para ser atendidos. Todo ello son cuestiones que debemos replantearnos.
Hay que potenciar, defender y postular la medicina pública como derecho fundamental de todos los españoles, siempre en la igualdad. Contagiar a todos los profesionales de humanismo médico, disminuido quizá por la eclosión del tecnicismo y la prisa. Insisto, ambos conceptos, medicina pública de máxima calidad y humanismo, deben estar muy unidos, hoy y siempre.
Por otro lado, redescubrir la figura del médico responsable, reconocible por el enfermo en su proceso de enfermedad. Asegurar una misma asistencia excelente a todos los españoles independiente de su lugar de residencia. Sin olvidar que hacen falta más unidades especializadas de referencia en las distintas patologías, más geriatras, más médicos en la atención primaria, unidos a servicios de Medicina Interna en el hospital de su área y una mayor presencia de las Unidades de Hospitalización Domiciliaria, que incluyen los cuidados paliativos, para paliar a la vez, la falta de camas en los Hospitales. La defensa de la vida es inherente a la medicina. Gestionar de la mejor manera posible, desde la prioridad, citas previas, especialistas y listas de espera quirúrgicas. Todas estas cuestiones como prioritarias, sin dejar otra muchas tan necesarias, en la permanente mejora de la Sanidad Pública en todos sus niveles.
Espero saber trasmitir en el Senado estas premisas y que puedan ser recibidas por los parlamentarios para darles un verdadero sentido práctico.