Cuando acaba un año y damos la bienvenida a uno nuevo casi siempre lo hacemos con el deseo de que lo que tengamos por delante sea mucho mejor que lo que hemos dejado atrás. En el caso de 2020 y 2021 ese deseo se podría decir que es mayor que nunca, al menos para las generaciones de españoles más recientes. La pandemia de la COVID-19 es un hecho histórico que nos ha puesto frente a los problemas reales de nuestro sistema sanitario y ha evidenciado los agujeros por los que el SARS-CoV-2 se ha colado sin remisión.


No obstante, es de las experiencias más difíciles de donde se pueden extraer las mejores enseñanzas. Si algo se ha evidenciado durante la pandemia ha sido la necesidad de replantear el funcionamiento de nuestro Sistema Nacional de Salud (SNS) y reforzar su estructura, así como la coordinación entre administraciones y profesionales, que no era tan fuerte como pensábamos y que en los últimos años ha vivido un deterioro que no ha sido reparado en su justa medida.

Del mismo modo, también se ha evidenciado que el SNS, en momentos de crisis como los que vivimos, no puede dar la espalda a otros recursos sanitarios que están también en la primera línea de atención a la población. Como se está evidenciando el coste está siendo extremadamente alto.


Uno de estos recursos es, sin lugar a dudas, la farmacia comunitaria que, en su vertiente más clínica y asistencial, ha contribuido decisivamente, y sigue haciéndolo, a la lucha contra la COVID-19. Y no solo lo ha hecho desde el punto de vista sanitario como establecimiento esencial al cumplir sin incidencias reseñables con su papel para la provisión de medicamentos. También lo ha hecho en materia de sostenibilidad, al evitar el colapso completo del sistema gracias a la atención que a diario hacen los 50.000 farmacéuticos de las 22.000 farmacias comunitarias que hay en España. Sin ellos, la atención de la población, más allá de la prestación farmacéutica, se hubiera visto dañada completamente.


Los farmacéuticos comunitarios han atendido en este tiempo todo tipo de consultas, no solo de síntomas menores, y, ante el cierre de centros de salud y demoras en la atención, las farmacias se han convertido en un punto sanitario imprescindible para los pacientes crónicos, dependientes y más vulnerables. Y todo ello sin que la Administración haya contado con la farmacia en un plan integral farmacéutico de abordaje de la COVID-19, a pesar de las numerosas propuestas por parte del sector.


Por eso desde Sefac llevamos años reivindicando el trabajo como profesionales de la salud que los farmacéuticos comunitarios realizan día tras día. Una reivindicación que en estos tiempos es más necesaria que nunca, pues es la población y los pacientes quienes más necesitan de la labor clínica y asistencial de los farmacéuticos comunitarios, tal y como se ha puesto de manifiesto con la pandemia. Y sí, hablamos de clínica, porque servicios como la dispensación, la indicación farmacéutica y el seguimiento farmacoterapéutico ya fueron reconocidos en 2001 por el propio Ministerio de Sanidad como servicios clínicos a través del Consenso de Atención Farmacéutica. Desde entonces la farmacia comunitaria ha seguido evolucionando y otros servicios nuevos han ido surgiendo para afianzar esta labor que requiere un contacto y una labor clínica con los pacientes para garantizar el cuidado de su salud y el seguimiento correcto de los tratamientos.


Queda mucho por hacer, pero los farmacéuticos comunitarios no vamos a dejar de proponer para sumar esfuerzos que nos permitan tener un sistema sanitario mucho más robusto. Esto exige que todos los que formamos parte de él pongamos lo mejor de nosotros mismos para colaborar y que dejemos de lado recelos y corporativismos innecesarios cuando se trata de la salud de la población. Y este propósito va más allá de esta pandemia o de otras futuras.

Es un reto que tenemos que asumir sin dilación, porque son muchos los desafíos cotidianos que la sanidad tiene por delante. El aumento de la longevidad, la cronificación de las enfermedades, la polimedicación, la falta de adherencia terapéutica, la coordinación sociosanitaria, etc. son elementos que solo desde la colaboración y participación de todos los agentes pueden resolverse tal y como los pacientes necesitan.

La labor clínica de la farmacia (adherencia terapéutica, dispensación, indicación farmacéutica, detección de duplicidades y errores de medicación, interacciones medicamentosas, revisión del uso de los medicamentos, seguimiento farmacoterapéutico, medición y control de la presión arterial,…) no se puede obviar en este contexto. Los farmacéuticos comunitarios somos los expertos en medicamentos más próximos a los ciudadanos y nuestros conocimientos y los servicios profesionales asistenciales son un plus que puede contribuir a aportar soluciones efectivas al SNS.

Nuestra colaboración y comunicación directa con el resto de profesionales de la atención primaria y comunitaria podría resolver un sinfín de problemas (por ejemplo, mediante la dispensación excepcional) que, a día de hoy, están presentes por la falta de voluntad que las Administraciones tienen cuando se trata de mejorar la participación de las farmacias en las estrategias sanitarias.

Pase lo que pase, la farmacia comunitaria siempre seguirá llamando a la puerta.