Vicente Guillem Presidente de la Fundación ECO | jueves, 21 de febrero de 2019 h |

Durante los últimos años se han producido grandes avances en el campo de la investigación que han llevado a que se esté haciendo una Oncología distinta a la de principios de los años 2000. Sin embargo, junto a estas novedades tanto diagnósticas como terapéuticas, que han podido traspasar la frontera del laboratorio hasta la práctica clínica y que han mejorado las cifras de supervivencia hasta alcanzar el 55 por ciento de pacientes que superan la enfermedad, han surgido nuevos retos y desafíos tan dispares como estimulantes, que requieren de un trabajo conjunto y de un compromiso para garantizar su consecución y accesibilidad por parte de todos los pacientes.

Quizá el más significativo de todos ellos sea la innovación, que está suponiendo un cambio de paradigma en el abordaje del tratamiento del cáncer pero que puede percibirse como una moneda de doble cara. Por un lado, parece imprescindible incorporarla a nuestros diagnósticos, tratamientos y prácticas asistenciales para poder dar a nuestros pacientes la mejor Oncología posible, pero por otro, los elevados costes asociados a estas innovaciones pueden frenar ese acceso, provocar inequidades y estancar las cifras, colocándonos en una posición de inferioridad respecto a nuestros vecinos europeos.

Hay que desechar la idea de que la innovación es costosa y que no produce ningún retorno. Incorporar la innovación es un aliciente para la calidad oncológica, para nuestros servicios, pero también para nuestros laboratorios de investigación básica y traslacional, nuestros centros de salud, servicios de farmacia hospitalaria, gerencias, asociaciones de pacientes, administraciones sanitarias e industria farmacéutica. Apostar por la innovación redunda en beneficio de todos.

Por ello, medir el beneficio clínico de los tratamientos oncológicos innovadores es el paso crucial para establecer su valor y es un reto conjunto de reguladores, oncólogos médicos y economistas, junto a las compañías que aportan evidencia. Medir, por tanto, el beneficio de estos nuevos fármacos es la herramienta perfecta para poder incluirlos en nuestro sistema sanitario y poder ofrecer una Oncología de la más alta calidad.

Pero ¿cómo incorporar esta innovación manteniendo la sostenibilidad del sistema sanitario? En primer lugar, es esencial conseguir optimizar el coste-eficacia de estos medicamentos de alto impacto y conocer su beneficio clínico real. Actualmente, el cáncer supone el 10 por ciento del gasto sanitario público o lo que es lo mismo un desembolso por parte del Estado de más de 7.000 millones de euros. Aquí entraría en juego el empleo de biosimilares en terapias dirigidas que pueden aliviar en cierta medida ese gasto. En segundo, aplicar una máxima que desde los distintos foros en los que participamos los oncólogos médicos no hemos dejado de transmitir: redefinir la organización asistencial con nuevos modelos que impulsen el trabajo en red. Por último, determinar nuevas formas de financiación donde paguemos por resultados.

Urge por tanto una llamada a la acción y un compromiso firme por parte de las administraciones que aseguren y garanticen la incorporación de la innovación de una manera sostenible y equitativa.


“Para mantener la sostenibilidad del sistema es esencial, en primer lugar, conseguir optimizar el coste-eficacia de estos medicamentos de alto impacto y conocer su beneficio clínico real”