En marzo de 2020, cuando los países de todo el mundo comenzaron a adoptar las primeras medidas restrictivas para intentar frenar el avance de una pandemia global, las compañías farmacéuticas desarrolladoras de vacunas decidieron iniciar una carrera contrarreloj para poder disponer lo antes posible de una vacuna eficaz contra un nuevo virus completamente desconocido: el SARS-CoV-2. Las empresas aceleraron al máximo sus investigaciones para dar con la vacuna, al tiempo que pensaban ya en fórmulas ampliar al máximo la capacidad de producción de vacunas, con el objetivo de poder facilitar un mayor acceso a estas y frenar cuanto antes la expansión del virus. Lo hicieron asumiendo riesgos; y es que la mayoría trabajaron desde el comienzo en la producción de millones de dosis, sin saber aún si finalmente llegarían a obtener el visto bueno para su comercialización.

La primera compañía en disponer de una vacuna fue Pfizer. Lo hizo, además, con una tecnología disruptiva que, sin duda, ha marcado un antes y un después en el desarrollo de vacunas, la denominada de ARN mensajero (ARNm).

Se trata de una molécula larga, compuesta de nucleótidos unidos en un orden único para transmitir las instrucciones genéticas para producir una o más proteínas o antígenos específicos para el virus. Una vez que el ARNm de la vacuna se encuentre en las células del cuerpo, estas seguirán las instrucciones para producir las proteínas o antígenos que serán expuestos en la superficie celular y serán reconocidos por el sistema inmune del individuo vacunado, lo que generará una respuesta al antígeno vacunal. De hecho, a día de hoy, la vacuna de Pfizer, al igual que la de Moderna, que dispone de la misma tecnología, son las que tienen un mayor peso en las estrategias vacunales de la mayoría de países del mundo. Este protagonismo viene respaldado por sus resultados de efectividad y eficacia, que han alcanzado el 95 por ciento en los ensayos clínicos.

Pfizer fue la primera compañía en disponer de una vacuna eficaz, con una tecnología disruptiva

La compañía AstraZeneca, que ha desarrollado la vacuna junto a la Universidad de Oxford, fue la segunda en obtener el visto bueno de las autoridades en Europa. Esta vacuna utiliza como vector un virus de chimpancé sin capacidad de replicación que se basa en una versión atenuada de un virus del resfriado común (adenovirus). Este provoca infecciones en chimpancés y contiene material genético de la proteína S del SARS-CoV-2. Así, tras la vacunación se produce una proteína de superficie S, que activa el sistema inmunitario para atacar al virus si este infecta al cuerpo posteriormente.

La cuarta vacuna que ha conseguido la autorización para su uso fue la desarrollada por la norteamericana Janssen. Esta tiene la peculiaridad de estar autorizada en una sola dosis. Consiste en un adenovirus atenuado, un tipo de virus que ha sido modificado para hacerlo menos peligroso, que funciona como vehículo para introducir un gen que activa la producción de una proteína del SARS-CoV-2 en el cuerpo humano.

Las vacunas de ARN mensajero (ARNm) son las que más efectividad están aportando

La geopolítica de la vacunación

Lo cierto es que desde que el virus del SARS-CoV-2 comenzó a presionar los sistemas sanitarios los países tenían claro que la única forma de acabar con la pandemia sería con una vacuna eficaz. Desde ese momento, algunos países iniciaron programas millonarios para acelerar las investigaciones, además, facilitar que una vez que estas fuesen eficaces, se pudiese ampliar al máximo la capacidad de producción de las mismas. Estados Unidos, Reino Unido, China, Rusia o la Unión Europea hicieron de la vacuna su principal objetivo durante 2020 y 2021.

A la cabeza de las inversiones para este fin se encontró Estados Unidos. El país invirtió unos 18.000 millones de dólares para apoyar la investigación y la posterior comercialización de la vacuna frente a la Covid-19. Fue el entonces presidente, Donald Trump, quien puso en marcha el proyecto Warp Speed, que buscaba acelerar al máximo el desarrollo de la vacuna a través de ayudas directas a las principales compañías farmacéuticas que en ese momento disponían de vacunas candidatas en sus pipelines.

Por ejemplo, la compañía Moderna, obtuvo 1.000 millones de dólares del Gobierno estadounidense para la investigación de su vacuna. A esto se suman otros 1.500 millones en ayudas para la fabricación y distribución de esta vacuna. Por su parte, la vacuna experimental de Novavax, recibió para su desarrollo la mayor subvención de la Operación “Warp Speed“, con más de 1.600 millones de dólares, según la Autoridad de Investigación y Desarrollo Biomédico Avanzado (BARDA).

Otra de las compañías que recibió fondos para acelerar las investigaciones ha sido Johnson & Johnson, que obtuvo unos 1.450 millones del Gobierno de EE.UU. para investigar su vacuna. A ella se sumó también AstraZeneca, con 1.000 millones de dólares recibidos a través del BARDA estadounidense.

Por el contrario, la norteamericana Pfizer rechazó las ayudas ofrecidas por el Gobierno de Estados Unidos. Así lo aseguraba su CEO, Albert Bourla, quien explicó en una entrevista que su empresa había rechazado la financiación pública para el desarrollo de la vacuna “para librar a sus científicos de cualquier burocracia” y acelerar así la llegada a los mercados.

Lo cierto es que Estados Unidos ha sido el país que más esfuerzos en materia de inversión ha realizado. Y es que, mientras este realizó inversiones por 18.000 millones de dólares, la Unión Europea, a través de la Comisión, destinó un total de 3.790 millones de euros.

Los esfuerzos en materia de producción han logrado aportar más de 11.000 vacunas hasta 2021

Sin embargo, el sistema de ayudas dibujado por la Unión Europea fue distinto al realizado por Estados Unidos y estaba enfocado a asegurar dosis. Así, la Comisión Europea llegó a compromisos anticipados de mercado con cada productor de vacunas en nombre de los Estados miembros. A cambio del derecho a comprar un número determinado de dosis de vacunas en un periodo determinado y a un precio determinado, la Comisión financió una parte de los costes iniciales afrontados por los productores de vacunas con cargo al Instrumento de Asistencia Urgente.

Esta financiación se consideró un pago a cuenta de las vacunas que los Estados miembros comprarán efectivamente. A esto, la UE apoyo mediante préstamos del Banco Europeo de Inversiones.

Objetivo: suministro

Se estima que para final de este 2021 se habrán alcanzado los 11.000 millones de dosis de vacunas frente a la COVID-19 producidas. Se trata de una cifra que se acerca claramente a la demanda para conseguir la inmunización global, marcada en 14.000 millones de dosis. Estas cifras, se han conseguido alcanzar gracias al esfuerzo colaborativo entre compañías farmacéuticas e instituciones para aumentar su capacidad de producción. Y es que, tal y como asegura la patronal internacional de compañías farmacéuticas, IFPMA (por sus siglas en inglés), existen más de 150 acuerdos de colaboración en marcha para avanzar en materia de suministro de vacunas.

“Para ampliar la fabricación, la transferencia de tecnología se ha vuelto realidad. De hecho, existen 157 acuerdos de este tipo, muchos de ellos acordados durante los primeros días de pandemia”, han asegurado desde la institución.

Las compañías se preparan para adaptar sus tecnologías a las nuevas variantes del SARS-CoV-2

Además, la limitación en el suministro ha provocado que muchos países no dispongan de estructura o recursos para acceder a la adquisición de dosis. Por ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS), Gavi-Alianza Global para las Vacunas y la Coalición para la Promoción de Innovaciones en pro de la Preparación ante Epidemias (CEPI) dirigen conjuntamente una labor multilateral para que las vacunas estén disponibles en todos los países, con independencia de sus ingresos. Es el denominado mecanismo Covax, uno de los tres pilares del Acelerador de Acceso a las Herramientas contra el Covid-19 (Acelerador ACT).

Vacunas 2.0

Una vez que los países van alcanzando altas tasas de coberturas vacunales, el gran reto que se presenta a corto y medio plazo es lograr hacer frente a las cepas y variantes del virus, que amenazan con traducirse en nuevas olas. Por ejemplo, las farmacéuticas Pfizer y Moderna ya han anunciado que se están preparando ante la nueva cepa de COVID-19, la B.1.1.529, denominada Ómicron por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y es que, a pesar de la incertidumbre que reina por el momento, las compañías ya tienen planes para adaptar sus vacunas en caso de que fuera necesario.

Por un lado, Pfizer/BioNTech ha asegurado que en 100 días tendrá lista su vacuna adaptada a Ómicron. Y, por otro, Moderna también está trabajando en un refuerzo específico para esta cepa. Pfizer ya ha comenzado a probar muestras de la nueva variante y ha observado que “difiere significativamente” de anteriores variantes. Así, tiene planes para adaptarla en solo seis semanas.


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