Uno de los retos pendientes tanto en oncología en particular como en medicina en general es conocer cómo medir el éxito y el fracaso. Por ello, Eduardo Díaz Rubio, presidente de la Real Academia de Medicina, trataba de poner en perspectiva durante una ponencia en Onco&Fir los desafíos pendientes en la materia.

“Definir éxito y fracaso es bastante complejo”, aseveraba. A este respecto añadía que “en oncología hay alrededor de 200 tipos de enfermedades con situaciones muy diferentes lo que dificulta el trabajo”. “En todas ellas existen una gran cantidad de variables, y además interviene el azar”, explicaba, precisando que “por eso hacen falta estudios prospectivos para determinar cómo actuar aplicando la estadística”.

Avances en medición

Con todo esto, Díaz Rubio desarrollaba que tienen diferentes metodologías para ver cómo puede funcionar la terapia seleccionada para cada paciente y tratar de prever los eventos que pueden ocurrir. Pero esto es un proceso con grandes incertidumbres, en el que Díaz Rubio espera que “en el futuro la inteligencia artificial o el big data proveniente de la genómica nos puedan ayudar a sacar conclusiones”.

A pesar del camino por recorrer, la llegada de la inmunoterapia o la medicina de precisión han supuesto un cambio de paradigma. “Hay éxitos en términos de supervivencia, en cronificación de la enfermedad y en calidad de vida, pero también hay que tener en cuenta los fracasos como el escaso beneficio de algunos tratamientos en supervivencia global, los efectos adversos que en ocasiones son graves o el aumento del gasto”, puntualizaba.

Todos estos parámetros tratan de medirse en los ensayos clínicos, pero Díaz Rubio planteaba que “estos tienen sus límites”. También, aludía a ciertas dicotomías “como el beneficio clínico y el estadístico, donde cada actor del entorno hospitalario tiene su perspectiva en la toma de decisiones”.

Pero, como mencionaba al principio el experto, todos estos problemas se reducen a uno. “En cáncer hay mucha heterogeneidad, hay fármacos que aportan beneficios claros, y otros cuestionables o inaceptables; hay que ver qué gafas ponerse, si las de la eficacia, la eficiencia o la sostenibilidad en la toma de decisiones”.

Para seguir mejorando en estas variables, Díaz Rubio aludía a que “las agencias deben ser exigentes al evaluar ensayos, al igual que la industria durante el transcurso de los mismos para dar un salto cualitativo”.

Gestión de incertidumbres

Ana Clopés, del Instituto Catalán de Oncología (ICO) en Barcelona, remarcaba que “la responsabilidad de conseguir el éxito en cáncer es enorme, siendo este disminuir el impacto del cáncer”. En este sentido aludía a estrategias puestas en marcha por organismos como la Organización Mundial de la Salud OMS en el cáncer de cuello de útero; “en esta se recomienda que las coberturas de vacunación en VPH lleguen al 90 por ciento, que se realice diagnóstico al 70 por ciento de las mujeres y que el 90 por ciento tengan acceso a tratamiento, control y seguimiento”.

Uno de los problemas al que apuntaba Clopés es que “el cáncer se está convirtiendo en un cúmulo de enfermedades raras o ultra raras”, lo que dificulta la puesta en marcha de estrategias a gran escala. No obstante, subrayaba el papel de los ensayos para “reducir incertidumbres en eficacia comparada o en materia de presupuestos, puesto que parte del éxito radica en mejorar la gestión de las incertidumbres”. En este contexto, también manifestaba que factores como “la multidisciplinariedad, los tiempos o la calidad de la asistencia”, son de gran relevancia más allá de la calidad del fármaco.

Desde la Agencia Española del Medicamento y el Producto Sanitario (Aemps), César Hernández exponía que “es muy fácil definir éxito y fracaso cuando ha pasado el tiempo, pero es muy difícil de manera predictiva”. Por ello, a pesar de los grandes avances se mostraba pesimista reflexionando que “observando una pequeña área no se puede conseguir una perspectiva completa”.

Así, se refería al mismo punto que mencionaba Clopés. “En la vertiente clínica, hemos manejado siempre incertidumbres a la hora de tratar a un paciente, también porque a veces no contamos con todos los elementos en la decisión”, señalaba. Pero consideraba igualmente importante “tratar de reducir estas incertidumbres de cara a evitar costes desproporcionados”. Siguiendo este hilo, Hernández indicaba que hay que valorar cuando se descubre un nuevo tratamiento o biomarcador a cuántos pacientes puede beneficiar, “hay que incentivar un desarrollo amplio, que genere cambios en supervivencia global, duración de la respuesta… y también en variables subrogadas que puedan estar relacionadas con la calidad de vida”.

En definitiva, apuntaba que el objetivo es “buscar un equilibrio”. “En términos de eficacia y sostenibilidad, hay que resolver una ecuación en la que el conocimiento se incrementa proporcionalmente al tiempo, lo que también hace que el precio disminuya proporcionalmente a estos tiempos”, concluía.