| viernes, 13 de noviembre de 2009 h |

Yolanda Martínez doctora en Periodismo y Profesora de la UCM

El 1 de diciembre se celebra la Jornada Mundial contra el Sida. No sabemos si para entonces se habrá nombrado un nuevo responsable del Plan Nacional, tras la destitución de Teresa Robledo. Lo que es seguro es que el sida ahora muestra en España una nueva faceta: el temor de los afectados a que su entorno laboral conozca que la padecen. Hemos conseguido vencer el pánico que generaba la enfermedad en los primeros años, la lucha para obtener medicamentos eficaces ha tenido su recompensa y se ha logrado convertir la enfermedad en una patología crónica. Pero ahora vienen las consecuencias para los afectados: lograr no ser estigmatizados. Según un estudio realizado por Cesida, un 70 por ciento de personas con VIH en España teme ser discriminada en su entorno laboral, por ello ocultan su situación. El informe, elaborado en colaboración con la Universidad Pública del País Vasco, ha puesto de manifiesto que de los trabajadores que comentaron su enfermedad, un 24,4 por ciento sufrió discriminación, un 15,7 rechazo, un 11,8 presiones para dejar el trabajo y un 10… despedidos.

Otro problema es que, a pesar de las campañas de información, el número de afectados por transmisión sexual es alarmante. Parece que la imposibilidad de reducir el contagio en los países desarrollados se debe a la relajación ante el problema, y da la impresión de que se ha diluido la dimensión real de parecerlo. Otro tanto sucede a escala europea, ya que un 30 por ciento de los infectados en Europa Occidental desconoce ser portadores del virus, y la cifra aumenta hasta un 70 por ciento en el Este del continente.

Pero la faceta más descarnada de la enfermedad es la que aportan los países en desarrollo, en los que la recesión mundial recrudece su ya paupérrima financiación sanitaria. Se estima que hasta 2013, en el que la pandemia del sida habrá cumplido 50 años, las necesidades para financiación de los tratamientos para los países en desarrollo podrían alcanzar los 35.000 millones de dólares anuales, lo que representa triplicar las necesidades actuales. En la actualidad se valora que padecen la enfermedad a nivel mundial 33 millones de personas y algunas proyecciones indican que podríamos contar más de un millón de de infecciones nuevas por año.

No debemos bajar la guardia. Padecer la enfermedad en algunos lugares sigue siendo una sentencia de muerte, pero en los otros puede ser cadena perpetua, tanto por su efecto sobre la salud del individuo como ante el temor de que afecte a su vida laboral y social. La única receta, hasta ahora fallida, es que prevenir es vivir.