| viernes, 08 de enero de 2010 h |

Yolanda Martínez es doctora en Periodismo y profesora de la UCM

La directora general de la Organización Mundial de la Salud, Margaret Chan, ha reconocido que se ha vacunado contra la gripe H1N1. No sería un hecho noticioso de no haber sido porque se ha producido hace pocos días y después de admitir personalmente en una rueda de prensa que no se había inmunizado contra esta enfermedad. Si los líderes sanitarios se consideran un activo esencial para dotar de credibilidad las medidas que adoptan, el hecho de que no haya una coherencia interna entre el mensaje emitido y la tardía acción ejecutada por Chan, han perdido una oportunidad para consolidar la imagen que la OMS lleva proyectando desde hace meses en relación con la conocida como gripe A.

En una entrevista concedida a un periódico suizo, la directora general de la OMS aseguró que esta organización no había sido “demasiado alarmista” en relación con la pandemia de gripe H1N1. Y lo cierto es que el mero hecho de verbalizar tal aseveración parece un ejemplo de la frase excusatio non petita, accusatio manifesta. No se puede negar que hay que poner a disposición de las autoridades nacionales y transnacionales cualquier medio para enfrentar una enfermedad cuya dimensión es desconocida, como es el caso. Pero la alerta se convirtió en alarma cuando el 11 de junio se decidió convertirla en pandemia y se asoció a un grado de letalidad que, afortunadamente, no se ha cumplido. Una vez más hemos de reflexionar sobre la tendencia actual que existe de televisar en directo una enfermedad, hasta el punto de que terminamos persuadiendo a la audiencia de algo que posteriormente la realidad desmiente.

Indudablemente, los gobiernos de los países tuvieron que poner todos los medios a su alcance para estar preparados con el suficiente número de dosis de vacunas como para no quedar inermes ante la perspectiva que planteaba la primera pandemia del siglo XXI. En nuestro país, afortunadamente la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, ha ido adaptando los mensajes a la realidad española. Por ejemplo, sobre la exclusión de la vacunación a los niños, aún cuando la OMS había recomendado la vacunación universal.

Ahora habrá que empezar a hacer un balance honrado de la situación y gestionar la realidad de los datos que tenemos, con el fin de no cometer los mismos errores en los mensajes que se emitan desde instancias sanitarias. Y además, buscar la salida más idónea para el excedente de vacunas que han quedado en todos los países que hicieron provisión de las mismas cuando se apostaba por una dosis doble que finalmente quedó en monodosis. La colaboración a escala mundial será esencial para resolver una serie de efectos colaterales pero reales que, ya que no se han evitado, no se pueden ignorar.