Yolanda Martínez es doctora en Periodismo y Profesora de la UCM
En España echan el cierre restaurantes de lujo porque la crisis financiera ha quitado el apetito a los que los frecuentaban. Esos mismos que van al médico para solicitar ansiolíticos y, corriendo, a la farmacia. En Francia, por ejemplo, Joël Robuchon, que tiene casi dos decenas de estrellas Michelín, ha advertido de que “los restaurantes van a cerrar si no se adaptan”. Él ya tiene menús de 20 euros en sus locales londinenses.
Pero volvamos a nuestra realidad. En La Coruña, por ejemplo, los ansiolíticos son ya los fármacos que ocupan el segundo lugar entre los más demandados, sólo por detrás de los antiulcerosos. Y parece que la tendencia responde a una forma generalizada de enfrentar las dificultades por la situación económica mundial. Por este motivo, produce sonrojo pensar que existen comunidades que viven por debajo del umbral de la pobreza y tienen que acceder medicamentos con una renta mensual que no supera los 40 euros al mes (el doble del coste del menú de Robuchon). Esas mismas personas tienen que intentar burlar su destino con la ayuda de iniciativas como la de la delegación en La Rioja de Farmacéuticos Sin Fronteras, que ha creado una red de asistencia farmacéutica en la cooperativa de Balerio Estacio del municipio ecuatoriano de Guayaquil. De esta forma, pueden adquirir medicamentos un 600 por ciento más baratos. A través de este proyecto, desarrollado durante los últimos tres años y que ha contado con un presupuesto de 180.755 euros, se ha conseguido crear un centro de distribución de medicamentos y un dispensario, y articular una red de 25 botiquines para que especialistas médicos atiendan a la población ecuatoriana.
Y es que ese país vive situaciones distantes, y no precisamente por los kilómetros que nos separan sino porque nosotros hemos olvidado cómo se puede convivir con otra realidad que no sea la del Estado del bienestar. Ecuador, según denuncian algunos sanitarios, carece de controles de farmacovigilancia desde hace diez años. Por eso, en sus farmacias aún se pueden adquirir fármacos prohibidos en otros países por sus efectos adversos.
Curiosamente, la Ley de Salud ecuatoriana recoge como derecho de los pacientes conocer las contraindicaciones de los medicamentos. Pero sorprende que el arma a utilizar sea el acceso a bases de datos de Internet, ya que no hay otra forma de conocer el vademécum disponible y los efectos secundarios de los fármacos, ya que el sistema de farmacovigilancia está obsoleto. Queda tanto por hacer que la labor de los boticarios riojanos es un ejemplo a imitar en un mundo en el que la enfermedad iguala a ricos y a pobres.