| viernes, 30 de abril de 2010 h |

Decía el comerciante norteamericano James Cash Penny: “Muéstrame un obrero con grandes sueños y en él encontrarás un hombre que puede cambiar la historia. Muéstrame un hombre sin sueños, y en él hallarás a un simple obrero”. Si se habla de construir una Europa cada vez más integrada, conviene no perder de vista esta máxima. Hasta ahora ese sueño en el sector farmacéutico ha sido el del precio único. Lo rechazó el Europarlamento, que sólo veía tras ello la mano de la industria farmacéutica. No hay que engañarse. Desde luego que las compañías se verían beneficiadas por una decisión que funcionaría como una vacuna frente a las exportaciones paralelas. Pero no sólo hay intereses comerciales. Los Estados miembro también saldrían ganando con las ventajas de un mercado único.

Es una buena señal que en la Conferencia de autoridades de la Unión Europea competentes en precio y financiación de los medicamentos se comience a hablar de un precio común en toda Europa como una realidad a medio o largo plazo y no sólo como una quimera. En un escenario de fijación común, es fácil prever que los estados mantendrían las capacidades de reembolsos y copagos. Cobraría fuerza la posibilidad, como reclaman algunos economistas, de establecer copagos diferenciales en función de la eficacia; se daría un impulso definitivo a la financiación selectiva y la evaluación económica se instalaría en una toma de decisiones objetiva y transparente. ¿Por qué no?