| domingo, 17 de mayo de 2009 h |

Antonio López Lafuente es director del departamento de Edafología de la Facultad de Farmacia de la UCM

La mayor parte de las universidades nos preparamos para recibir las novedades de la entrada en vigor de los nuevos planes de estudios, adaptados al Espacio Europeo de Enseñanza Superior, el proceso de Bolonia que tanto da que hablar. La Declaración de Bolonia intenta dar respuesta a la necesidad de las universidades de adaptarse a una nueva exigencia social impuesta por el desarrollo de la sociedad del conocimiento y el proceso de globalización. Para ello, propone un cambio en el paradigma educativo que lo fundamenta en tres cuestiones básicas: adopción de un sistema de titulaciones fácilmente reconocibles y comparables, establecimiento de un sistema de créditos, y promoción de la movilidad.

Los títulos y sus contenidos deben armonizarse si queremos que los estudios faciliten una identidad profesional y respondan a unas competencias específicas en su ejercicio. Los títulos sanitarios tenemos regulación europea hace más de diez años. En la Farmacia la regulación de Prácticas Tuteladas fue transcrita en el plan de estudio de 1993, por tanto, tenemos experiencia en este tema. Los resultados han sido positivos, el reconocimiento del título ha hecho posible que, sin trámites previos, muchos de nuestros egresados encontraran trabajo en países de la UE, con excelentes resultados de competitividad y calidad profesional. Fomentar este proceso, ampliándolo para todas las profesiones, parece razonable, en una Europa donde las fronteras se diluyen cada día más.

Otro de los puntos sobre los que se asienta Bolonia afecta a las metodologías docentes. Propone un sistema donde el estudiante adquiere un mayor protagonismo. Para ello se crea un sistema europeo de transferencia y acumulación de créditos (ECTS), basado en la carga de trabajo que el estudiante necesita para conseguir los objetivos del programa. Hace que el estudiante participe de forma activa en su aprendizaje, por tanto el esfuerzo que se le pide es mayor. También el profesor debe cambiar sus estrategias docentes y fomentar el aprendizaje autónomo. Es pronto para analizar las consecuencias de este cambio, pero EG (ver núm. 424), publicó los primeros resultados de la experiencia que se han producido en Salamanca, y en principio parecen positivos. Otra cosa será cómo se financia. Gobierno, comunidades, universidades… ¿Creen en Bolonia? Si es así, deben invertir recursos. Los cambios, si queremos que sean reales, conllevan un coste. No se pueden plasmar buenas ideas, y Bolonia lo es, sin presupuesto que las soporte.