Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
Las farmacias españolas han ganado la batalla y, posiblemente, toda la guerra. Las autoridades sanitarias de nuestro país, también. Frente a las pretensiones de las multinacionales ávidas de hacer caja a costa de unos pacientes convertidos en meros clientes, y frente a los ventajistas que habían empezado a mover hilos y a construir cadenas en espera de la, para ellos, ansiada liberalización, el Tribunal de Luxemburgo ha devuelto las cosas a su sitio, confirmando que la base del sistema farmacéutico de la UE se encierra en el modelo español: es legal que un Estado miembro reserve la tenencia y explotación de una farmacia exclusivamente a los boticarios, porque el objetivo primero y último es garantizar a la población un abastecimiento de medicinas seguro y de calidad. Así lo sostiene la instancia judicial ante una Comisión Europea que ha quedado tocada, por sucumbir claramente en este pleito a los intereses mercantiles de lobbies y grupos de presión, deseosos de hacer negocio a costa de la salud de los ciudadanos.
Aunque falta aún la resolución relativa del expediente abierto contra España, la cuestión queda zanjada de forma casi definitiva, al asentarse un principio que el incombustible Pedro Capilla ha repetido hasta la saciedad: el de que el medicamento no es una mercancía con la que trapichear. Bien por él; bien por el Consejo; bien por Carmen Peña, que sabrá darle un perfecto relevo en esta guerra; bien por colegios provinciales como el de Madrid y Sevilla, entre otros muchos; bien por FEFE y por otras patronales; y bien por la ejemplar distribución y por Cofares, cuyo liderazgo en la lucha contra la injusticia que se cernía desde Europa resulta innegable. Todos ellos han hecho una defensa ejemplar del modelo español de farmacia, que los licenciados no podrán agradecer nunca lo suficiente, si los médicos tuvieran representantes tan válidos y eficaces, otro gallo les cantaría. Y bien, especialmente, por las autoridades del Ministerio de Sanidad, que después de un comienzo titubeante fijaron a la perfección la barrera de defensa frente a los burócratas de Europa, Charlie McCreevy y sus huestes adineradas. En este punto, la callada pero eficiente labor de José Martínez Olmos ha resultado vital bajo los mandatos de Elena Salgado, Bernat Soria y, ahora, de Trinidad Jiménez. ¡Qué lujo que las farmacias cuenten en el Gobierno con un alto cargo perfectamente consciente y sensible, como él, de sus necesidades y del magnífico rol que cumplen en el sistema sanitario español. Bien, también, para el PP y los partidos nacionalistas que, en lugar de apostar por una oposición vocinglera y ajena a los intereses del sector, respetaron de forma exquisita el trabajo que planteaba el Gobierno en la Europa de los mercaderes.
¿Y ahora qué? Aunque es probable que por el momento se frenen y tengan menos intensidad, los ataques al modelo español de farmacias y de distribución no se van a detener. A pesar de los continuos recortes de márgenes, el pedazo de la tarta es aún demasiado apetecible para intereses ajenos al sector. Pronto, los partidarios de las farmacias en red volverán a las andadas, y el trabajo se le agolpará a la buena de Peña.
¿Por qué tiene Uniteco una copia de la cinta de la última asamblea de compromisarios celebrada en el Colegio de Médicos de Madrid?
¿Qué representantes farmacéuticos hablaron de rendirle un homenaje a José Martínez Olmos cuando abandone su cargo en Sanidad?
¿Qué alto cargo del ministerio, atacado directamente por Bernat Soria, se ríe ahora de la caída en desgracia del ya ex ministro?
¿Qué consejero de Sanidad aboga por que la OMC dé un giro aún más intenso hacia la izquierda y golpee al PP desde el flanco sanitario?
¿Qué conocido periodista llamó a las puertas del departamento de Trinidad Jiménez para ofrecerse como ‘dircom’ tras el relevo de Soria?