Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
No se trata de actuar aquí con ventajismo ni de hacer leña del árbol caído, pero tampoco de pasar dócilmente la mano por lomo alguno e incurrir en el juego de lo políticamente correcto, por aquello tan manido de ganar adeptos para la causa. De lo que se trata es de decir la verdad. Y la verdad es que la gestión de la Sanidad catalana ha sido un desastre, como la del resto de los servicios públicos, durante el controvertido Gobierno del Tripartito. Es posible que Marina Geli no fuera culpable de la situación y que se viera arrastrada por una espiral negativa que ha tenido múltiples caras, pero ello no la exonera de la responsabilidad del balance final. Y éste, por muy bien que nos caiga a todos la ya ex consejera de Salud, resulta muy negro.
Años después de la firma de un acuerdo político anti natura en esta comunidad, el antaño modélico sistema sanitario catalán, aquél hacia el que miraban con sana envidia gestores y expertos de toda España y de toda condición política a finales de los ochenta y comienzos de los noventa, ha caído muchos enteros. Lo dicen las negras cifras económicas; lo corroboran las frecuentes emisiones de deuda a las que tuvo que acudir la Generalitat para hacer frente al descalabro financiero; lo certifican los mejores MIR, que ahora eligen Madrid para completar sus residencia cuando antes se desvivían por acudir a un hospital barcelonés; lo sufren las farmacias, que cobran tarde y mal; lo lamentan los laboratorios emplazados en el territorio, y lo asevera el sector en su conjunto, sorprendido ante un errático viraje gestor que desembocó, por ejemplo, en extrañas jubilaciones forzosas de los médicos, o en iniciativas populistas como la de la píldora RU-486 o el cannabis con fines terapéuticos.
Es cierto que Geli se desgañitaba ante la práctica situación de bancarrota en la que se encuentra el SNS, y que tenía una visión global de la que, desgraciadamente, carecen otros consejeros del ramo. Quizás por ello, y por su condición de médico, su voz fuera una de las más respetadas en el Consejo Interterritorial. Tan respetada, que incluso suscitaba envidias en algunos compañeros socialistas. Pero el peso de los acontecimientos ha acabado sepultándola, presa de medidas contradictorias, y de un Gobierno atado de pies y manos por sus propias incongruencias. El resultado ha sido la demoledora victoria de CiU y la llegada a la Sanidad de un hombre de peso, ni idealista ni ideólogo, que sabe lo que se trae entre manos, pues, no en vano, ha sido hasta hace nada presidente de la Unión Catalana de Hospitales, la patronal sanitaria concertada.
El papel de Boi Ruiz, viejo y querido conocido del sector, es peliagudo, pero pocos currículum acreditan como el suyo la potencial capacidad para superarlo. Apegado al planeta tierra, y perfecto conocedor de las medidas quirúrgicas necesarias para enderezar el rumbo, el nuevo consejero de Sanidad catalán actuará, seguro, como un cirujano de hierro. Su tarea será devolver el sistema que ahora dirige al primer nivel en España. Su gran aportación al SNS consistirá en hacer comprender a compañeros y rivales políticos que la tozuda realidad impone renunciar a planteamientos rancios y trasnochados que, además, no dan votos.
Preguntas sin respuesta
¿Qué comunidad selló en diciembre un acuerdo secreto con los farmacéuticos para que los médicos prescriban por principio activo?
¿Qué ‘dircom’ de la industria ha sido “tocado” por un head hunter para asumir responsabilidades mayores?
¿Con qué alto cargo del ministerio anda mosca una persona fiel a Pajín, que ya ha elaborado los preceptivos informes negativos?
¿Quién está gestando la salida a hombros y por la puerta grande de su institución de un personaje que ahora está en la cuerda floja?
¿Qué consejero socialista se quedó azul al leer las vacuidades del libro blanco sanitario de Tomás Gómez?