Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
Aunque pocos, ni siquiera entre sus mismas filas, apostaban un euro por ella, Trinidad Jiménez ha superado con nota su primer año a la cabeza del Ministerio de Sanidad. Frente a los que predecían la llegada de una etapa convulsa marcada por la frivolidad en el ministerio, una especie de revival de lo que supuso Celia Villalobos con el PP, la malagueña se ha destapado como una política sólida y cercana, dialogante y trabajadora. Un valor en alza en un Gobierno sacudido por la nefasta gestión de la crisis, que ha mejorado con creces la imagen que transmitió en su pulso fallido por hacerse con Madrid. Más apegada a la calle e imparcial que Bernat Soria, y mucho menos sectaria que Elena Salgado, quien dejó muy malos recuerdos en el sector, Jiménez se ha significado más por sus gestos que por sus actos. Redundante sería volver a hablar aquí de su gestión de la gripe A, absolutamente impecable hasta en la decisión de comprar vacunas, pero no lo es detenerse en su pacto contra la bancarrota. Con el ministerio aletargado ante el avance imparable del déficit en los servicios de salud, Jiménez se avino a tomar el toro por los cuernos y arrancó de los consejeros autonómicos el apoyo a un pacto más que genérico y estéril para la contención del gasto, como se verá. Un mérito doble, pues no es sencillo obtener tal grado de respaldo con tan inerte paquete de medidas que ofrecer.
Jiménez está acertando además porque es la ministra de todos y no de unos pocos. Digna de elogio fue en este sentido la declaración que realizó con respecto a la legalidad del área única de Madrid. La ministra apostó por la verdad frente a la arbitrariedad de lugartenientes como Alberto Infante, o la estulticia de Tomás Gómez, que ocultó información a las organizaciones que se avinieron a apoyarle en su kafkiana lucha por la Comunidad de Madrid. Un mérito el de la ministra que le ha reportado enorme credibilidad ante el PP, su eterno rival. En su haber figura también su apuesta por José Martínez Olmos, un hombre honrado que lo sabe todo de la sanidad y que no la va a traicionar, y por Rafael Matesanz, al que rescató del ostracismo al que le había relegado Soria para allanarse el camino de la medicina regenerativa. Los trasplantes le están reportando ahora a la titular de Sanidad los réditos que no supo obtener su antecesor en el cargo.
Jiménez lleva camino de convertirse en vicepresidenta, pero hay lagunas que tampoco conviene olvidar. Mala, muy mala está siendo su política de recursos humanos. Con las especialidades médicas al borde de un ataque de nervios, el ministerio no mejora lo hecho en años anteriores. Más allá de la boutade sobre la equiparación de salarios en el sistema de salud, poco más se sabe de un área dejada de la mano de Dios, que causará verdaderos quebraderos de cabeza en los próximos meses a los gestores. Tampoco en leyes anda fino el ministerio, ni en estrategias. La norma sobre salud pública sigue pendiente, como lo está la evolución eficiente de los planes de salud, para que dejen de ser herramientas de propaganda y se conviertan en instrumentos útiles contra las enfermedades.
Preguntas sin respuesta
¿Por qué decidió utilizar Sanidad la fórmula del decreto ley para aprobar un plan de medidas contra el gasto que admite cualquier otra fórmula legislativa?
¿Qué alto directivo de un laboratorio que apenas habló en el Consejo de Gobierno de Farmaindustria critica de forma abierta a la patronal por la nueva bajada de los precios de referencia?
¿Qué alto cargo del Ministerio de Sanidad tuvo que encomendarse a los consejos de Ana Pastor ante los múltiples errores técnicos que presentaba el decreto ley contra el gasto?
¿Cuántas centrales de compra han servido para algo en España en la última década?