El asunto económico es fundamental

para afrontar el debate profesional

| 2009-03-01T18:02:00+01:00 h |

Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’

Los principales representantes de las oficinas de farmacia en España han de frenar algún día su ingente actividad, tomarse un necesario respiro y ponerse a meditar. Deben hacerlo para analizar los problemas que aquejan al sector desde una perspectiva más calmada, para reflexionar de forma sosegada sobre la respuesta que están ofreciendo a los mismos, y para plantearse si la estrategia que siguen para ello resulta o no la más idónea. El dilema es evidente: ¿debe pivotar exclusivamente el debate sobre el mundo que rodea a estos establecimientos desde una óptica profesional o ha de hacerlo, por el contrario, sobre un prisma económico? La respuesta parece clara. Si no se solventa el segundo escollo, difícilmente tendrá sentido hablar del rol de los farmacéuticos y de sus boticas en el sistema sanitario porque éstas desaparecerán. Al menos, de la forma en la que están concebidas en la actualidad.

De unos años a esta parte, la principal piedra de Sísifo que lastra los movimientos de las farmacias es la comercial. Desde 1996 hasta ahora, bajo los gobiernos del PP y del PSOE, se han sucedido bajadas de márgenes, mermas indirectas de beneficios producidas por las rebajas directas o inducidas del precio de los medicamentos financiados, decretos incomprensibles… El panorama no puede ser hoy más desolador, ni más ridícula la rentabilidad de estos establecimientos, sobre todo en algunos núcleos de población de la geografía española. Las sacudidas económicas que sufren las farmacias son enormes, trabajando como lo hacen con márgenes ya de por sí muy reducidos, se ven obligadas también a soportar un anacrónico e incomprensible decreto ‘del 5/2000’, mientras sufren las consecuencias de la apretura de beneficios motivada por el asfixiante sistema de precios de referencia de las medicinas, que constriñe sus costes hasta convertir prácticamente en nula la rentabilidad por la dispensación en algunas especialidades. Como se ve, aunque el debate sobre lo profesional florece, la verdadera sangría se genera desde el lado económico. Y las consecuencias son graves. No sólo por la pérdida de atractivo que sufre el negocio para su principal inversor, el licenciado en Farmacia, sino porque aboca a las propias boticas hacia el temido escenario de la liberalización. La situación es la siguiente: o cambian las circunstancias, o la lucha por la supervivencia será la tónica que marque el futuro del sector. A resultas de la pérdida de negocio, habrá establecimientos que echarán el cierre y otros que subsistirán, en función de factores determinantes como la ubicación geográfica, el número y las características de los pacientes, y los ahorros de costes que puedan conseguir. Negro futuro para tantos años de lucha y tan buenos servicios prestados a la población.

El debate sobre estas circunstancias debe volver de nuevo al primer plano de la actualidad, y los principales representantes de los farmacéuticos han de reintroducirlo en las agendas de los políticos estatales y autonómicos. El camino hacia la liberalización se está ya marcando, y no sólo precisamente por las más altas instancias europeas.

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