Sergio Alonso es redactor jefe de ‘La Razón’
Aunque ni él ni su equipo van a pasar a la historia sanitaria española por las grandes gestas protagonizadas, ni por sus hitos en áreas que llevan años enquistadas como la de los recursos humanos, lo cierto es que el ministro de Sanidad, Bernat Soria, es capaz de combinar graves errores, como el de pregonar a los cuatro vientos su apuesta por el suicidio asistido, con gestos que son muy de agradecer. Después de meses de titubeos y actuaciones erráticas en Bruselas, y después de que los europarlamentarios socialistas se le desmandaran, el ministro de Sanidad ha sabido tomar el rumbo y reorientar la nave de su departamento hacia la dirección correcta.
En los últimos meses, Soria ha sido capaz de plantear una defensa coherente del modelo farmacéutico español en Europa, y parece haber tomado conciencia de la importancia estratégica para la sanidad y para el conjunto de la economía de las empresas españolas de distribución de medicamentos. Se trata de un indicio de que el ministro empieza a conocer bien los entresijos reales del sector y de los intereses que se mueven en él, y de que sigue al pie de la letra los siempre atinados consejos del oscuro, aunque eficaz, José Martínez Olmos. Nunca sabrá el Partido Socialista la importancia que ha tenido este hombre para que la Sanidad no le causara otro roto al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, o para que no se rebelara en bloque contra Elena Salgado, ministra a la que Soria supera en nota y en formas.
Como muestra de esta nueva política certera, un botón. El titular de Sanidad acaba de prometer una norma destinada a proteger a las compañías de capital español que se dedican a la distribución de medicinas. Importante y tranquilizador compromiso, en un momento en el que tiburones y aves de rapiña se prodigan, deseosos de actuar como meros intermediarios ante multinacionales interesadas en penetrar en el sector en caso de que Bruselas se decante por la liberalización definitiva. Si comparamos la actuación del Gobierno en el campo de las eléctricas con la apuesta efectuada por Soria, seremos aún más conscientes de su importancia y del mérito que cabe atribuirle. No obstante, para que la felicidad resulte completa, el ministro y Martínez Olmos deberían dar algunos pasos más. El primero consiste en no imputar a las distribuidoras españolas el coste total de la trazabilidad de los medicamentos. El segundo radica en eliminar trabas absurdas y anacrónicas que perturban la marcha económica de las farmacias, las primas hermanas de los distribuidores. Carece de sentido alguno que éstas tengan que afrontar mermas comerciales lógicas derivadas de las rebajas de precios y se vean obligadas además a sufrir los efectos del perverso e inexplicable Real Decreto 5/2000. Si Soria suprime tales barreras, confirmaría los esperanzadores gestos que han empezado a vérsele. Eso y el distanciamiento que mantiene con la devaluada Permanente de la Organización Médica Colegial (OMC) constituyen los signos evidentes de que el investigador avanza por el camino adecuado.
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