| domingo, 14 de diciembre de 2008 h |

José María López Alemany

Aunque las guardias en las farmacias sean una cuestión obligatoria y, en el caso de las farmacias rurales, una necesidad sanitaria fuera de toda duda, no está de más recordar la situación de abandono que sufren y el sacrificio profesional, e incluso familiar, al que están sometidos por el hecho de que su farmacia se encuentre en una zona no urbana. El día a día de las farmacias rurales es muy duro. Sin prácticamente posibilidad de salir del pueblo, sin fines de semanas, sin noches libres y… sin rentabilidad.

El servicio que presta la farmacia y especialmente la rural, tiene un gran interés desde el punto de vista sanitario y social. En muchas ocasiones se trata del único profesional sanitario a disposición de los pacientes ante un problema de salud, por lo que siempre tiene que estar disponible, y esa disponibilidad hay que pagarla.

Aunque este caso de las guardias en las farmacias rurales sea muy relevante, no hay que olvidar la gran cantidad de servicios añadidos que la farmacia ofrece a los ciudadanos sin compensación alguna, salvo excepciones muy concretas, como los relativos a los programas de dispensación de metadona.

La farmacia tiene que valorar y exigir que se le valoren los servicios que oferta y debe luchar para que cada vez más boticas se sumen a ofrecer esos servicios de valor añadido que, gracias a su formación sanitaria, el farmacéutico es capaz de dar y que beneficiarían en gran medida a los pacientes. Por eso, la lucha por el abono de las guardias rurales e igual que la lucha por el pago por la Atención Farmacéutica: una necesidad y una cuestión de justicia.