Mariano Avilés
presidente de Asedef
Dijo Jacinto Benavente que “el enemigo empieza a ser temible cuando empieza a tener razón”. Yo diría, “a dar la razón”. La pasada semana se dieron a conocer las sentencias del Tribunal de Luxemburgo sobre el ‘caso italiano y alemán’, parecidos a los de otros que también tienen su guerra particular con los tribunales europeos. Entre ellos España, que espera que se le dé un trato igual. Es decir, que prácticamente deberíamos pensar que nuestro caso tendría que considerarse como cosa juzgada para no llegar a mayores. Pero tengamos aún la prudencia y cautela exigidas en estos casos. Enhorabuena a cuantos han luchado por la causa, cuyo resultado roza más lo políticamente correcto que lo jurídicamente entendible.
Estamos en una sociedad que tiende a eliminar las barreras. La globalización hace que las partes se vayan acercando cada vez más. Hoy la diferencia de idioma y costumbres en Europa suponen la importante quiebra de un sistema que podría pretender ir hacia la universalidad, pero que muestra la falta de identidad entre los profesionales y las estructuras políticas europeas. Tenemos el síndrome de la inmediatez.
Europa y su Tratado pretendían unas aspiraciones lícitas que sobre el papel se soportan bien, y el tiempo demuestra que la UE no sólo sirve para poner en jaque, al parecer de forma injustificada, a gobiernos, instituciones y sectores profesionales, sino que, además, trata de justificar los suculentos salarios de “desplazados” y sus asesores.
Definitivamente gana la farmacia y pierde Europa. Esto es un motivo para que el sector farmacéutico se refunde sin miedos, con nuevas aspiraciones y retos profesionales, y en ello tendrán mucho que decir las instituciones. Porque bajo la capa protectora del uso racional del medicamento no puede cubrirse todo, en unos tiempos que se legisla de una forma un tanto extraña y los pueblos tienen fundada opinión.