La Comisión de Sanidad del Congreso acogerá esta semana la primera comparecencia parlamentaria de la ministra de Sanidad, Ana Mato. Más allá de su declaración de intenciones al frente del ministerio, es posible que la ministra ponga sobre la mesa algunas iniciativas de recorte. No hay mucho tiempo para reflexiones y las posibilidades de que el gasto farmacéutico vuelva a ser objeto de revisión es alta. A la vista de los datos de la factura farmacéutica de 2011, se pueden extraer algunas conclusiones que pueden ayudar a la toma de decisiones si la intención es, de nuevo, poner énfasis en la necesidad de reducir esta partida del gasto sanitario.
El debate en torno a la necesidad de ganar en eficiencia en el gasto a todos los niveles es compartido por todos, dada la actual situación de crisis y el recorte de 40.000 millones de euros que hay que llevar a cabo en 2012 para cumplir con el objetivo de déficit. Hasta ahora, el argumento de que el gasto farmacéutico es muy superior al de otros países de nuestro entorno ha sido la excusa perfecta para adoptar continuas medidas de rebajas de precios.
Pero esta preocupación debe ajustarse a la realidad. Decir que esta partida supone el 25 por ciento del gasto sanitario puede considerarse un acto reflejo, producto más de la costumbre que de la evidencia, ya que esa afirmación no es cierta. Así lo reflejan las propias estadísticas de gasto sanitario que aparecen en la web del Ministerio de Sanidad, según las cuales, ya en 2009 el gasto farmacéutico representaba el 20,6 por ciento del gasto sanitario en el SNS.
Los últimos datos internacionales de la OCDE, los correspondientes a 2009 y que Farmaindustria cita en su último Boletín de Coyuntura, revelan también lo incorrecto de esa afirmación. Esos indicadores señalan que el gasto farmacéutico público per cápita en nuestro país está un 9,4 por ciento por debajo de la media de gasto de los países de la Eurozona.
Pero ambas comparativas acaban en 2009, y, por lo tanto, no incluyen el ‘efecto precipicio’ ocasionado por los tres decretazos al sector farmacéutico. Un reciente análisis realizado por EG ha desvelado que, en función de los presupuestos regionales de 2012, esta relación se ha quedado en el 17,6 por ciento. Por tanto, no se puede decir que el gasto farmacéutico es excesivo al suponer una cuarta parte de los recursos sanitarios. El debate hoy, en todo caso, implicaría que los responsables políticos dijesen si un porcentaje del 17 por ciento les parece elevado y, por lo tanto, si sería necesario reducirlo.
Pero hay otra comparativa que se utiliza habitualmente para decir que en España se gasta en medicamentos mucho más que en los países de nuestro entorno. Se trata del porcentaje del PIB que se destina a Farmacia. Es frecuente argumentar que España gasta más que la media de Europa, cuando la realidad es que el gasto que se produce es similar al de Alemania y menos que el de Francia. Es cierto, no obstante, que los países nórdicos y algunos otros, como Reino Unido, Holanda o Suiza, dedican menor porcentaje de su PIB a esta partida de Farmacia.
De hecho, los datos de la OCDE muestran (ver tabla) cómo en general los países que más destinan de su PIB a Sanidad gastan menos en Farmacia, especialmente como porcentaje sobre gasto sanitario. Además, en muchos casos, como ocurre en nuestro país, se utilizan fármacos para cubrir las ineficiencias del sistema o controlar a pacientes que se encuentran en listas de espera quirúrgica, precisamente a causa de un déficit de inversión en Sanidad.
Si se tiene esto en cuenta, el gasto farmacéutico español ha sido tradicionalmente elevado porque el porcentaje sanitario sobre el PIB ha sido tradicionalmente bajo. Se trata, sin duda, de otro error a corregir: la tendencia a analizar el gasto farmacéutico como una partida independiente, sin tener en cuenta que su evolución está intrínsecamente vinculada a la evolución de los presupuestos sanitarios.
Sí es cierto
El papel del gasto farmacéutico incluye otras consideraciones. Una de las más repetidas es que el motivo de los incrementos en la factura farmacéutica se debe al consumo, no a los precios, que de hecho son todavía los más baratos de Europa. España es el segundo país de entre la OCDE con un consumo de medicamentos per cápita más elevado, algo que las medidas de revisión de precio no atajarán nunca.
El hecho de que el gasto farmacéutico público sea mayor o menor en un país o en otro depende también en última instancia de dos variables fundamentales: de la amplitud del catálogo de medicamentos financiados y del nivel de generosidad/gratuidad de la prestación farmacéutica pública; esto es, el volumen de copagos. Ambas opciones podrían estar sobre la mesa del Ministerio de Sanidad, pero requieren consideraciones.
Sobre todo en el caso del medicamentazo, toda vez que el Gobierno reitera su voluntad de no tocar los copagos (salvo, quizá, el farmacéutico) pero no ha negado los rumores de desfinanciación. Ahora bien, se deber tener cuidado al diseñar una estrategia de este tipo, y hasta ahora se ha hablado de una posible decisión en virtud de los precios de los medicamentos (por debajo de tres euros) o de su “bajo valor terapéutico”.
Ambas consideraciones pueden ser peligrosas y generar un resultado opuesto al deseado. Muchos expertos creen que en lugar de hacerlo en virtud de precio, debería hacerse por grupos terapéuticos; y en lugar de hablar de “medicamentos de bajo valor terapéutico”, debería hablarse de “medicamentos excluidos tras la evaluación coste-beneficio”. La explicación es clara: si a un paciente le dicen que un fármaco es excluido de la financiación por su escasa aportación terapéutica, rechazará pagarlo de su bolsillo, no porque tenga que abonarlo sino porque querrá que le receten el fármaco “de alto valor terapéutico”.
Terminar de enfocar el gasto farmacéutico requiere, además, echar un vistazo a la realidad diaria de los médicos de AP: un ciudadano español visita al médico entre ocho y diez veces al año, una de las tasas más altas de la OCDE. En Suecia, por ejemplo, solo se llega a tres; Francia y Reino Unido están entre cuatro y cinco. Esto explica, en parte, el continuo incremento de las recetas per cápita.
Buscar nichos de eficiencia en el gasto farmacéutico no implica, por tanto, reducir más los precios. Por un lado, requiere la evaluación del coste-efectividad al estilo del NICE, ya sea para incorporar o sacar de la cartera. Por otro, implica frenar la escalada en el número de recetas per cápita, una tendencia que acumula décadas de crecimiento sin que, hasta ahora, nadie haya realizado el diagnóstico correcto, ni implementado el tratamiento necesario.