| viernes, 28 de mayo de 2010 h |

a.c.

Sevilla

Las oficinas de farmacia nacionales reciben anualmente, según datos del Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos (CGCOF), más de 12 millones de consultas relacionadas con la alimentación. De ellas, muchas versan sobre los aspectos o hábitos alimenticios a tener en cuenta a la hora de tomar medicación. Unas dudas que permiten que, con sus respuestas, los farmacéuticos destierren, según señala Dolores Herrera, catedrática de Farmacología de la Universidad de Sevilla y experta en el campo de interacciones en este binomio, “algunas negativas costumbres que tiene la población al asociar medicamentos y comidas”.

Acompañar la toma del medicamento con las comidas o con líquidos como la leche son ejemplos de costumbres arraigadas en los pacientes. Pues bien, según Herrera, ninguna de estas prácticas es recomendable, ya que “en el primero de los ejemplos se ralentiza la absorción del fármaco por el organismo y, por otra parte, los lácteos son el grupo de alimentos más propenso a formar complejos indisolubles con fármacos, como las tetraciclinas, por lo que ni se absorbe el calcio ni el propio fármaco”.

Estos ejemplos se traducen en la inefectividad del medicamento o en la no asimilación de los nutrientes de la dieta, ya que “las interacciones son bidireccionales”. Sin embargo, existen grupos terapéuticos en los que la inefectividad del tratamiento podría derivar en complicaciones “más graves”, como recordó Herrera durante su intervención en las Jornadas Nacionales de Alimentación del CGCOF en Sevilla. Serían los fármacos “con estrecho margen terapéutico o los que deban mantener niveles constantes de eficacia” los grupos terapéuticos que deben condicionar la dieta del paciente.

Especial atención habría que mostrar en antibióticos y anticoagulantes orales, como en el popular Sintrom. En este último caso, “cualquier alimento rico en vitamina K puede disminuir su efecto anticoagulante, impidiendo su acción en una patología que requiere un control constante”. En este caso, el asesoramiento preventivo a realizar por las farmacias se revela más importante que actuaciones a posteriori, ya que “el paciente no va a notar que esté disminuyendo su eficacia anticoagulante y que tiene su sangre más o menos licuada hasta que aparezca el problema”. Un caso similar es la L-dopa, administrada para tratar el párkinson, que no es recomendable tomarla con comidas proteicas, como la carne.

Igualmente, Herrera recuerda que anticoagulantes orales y antiparkinsonianos son habitualmente consumidos por ancianos, el grupo más susceptible de sufrir interacciones “por su debilidad metabólica y su posible condición de polimedicados”. No obstante, se recomienda que, incluso en este colectivo, el tratamiento se anteponga a la dieta siempre que no haya importantes carencias nutricionales que atender.