José María López Alemany
En los últimos tiempos están surgiendo con fuerza todo tipo de justificaciones entre la clase política para evitar abrir el debate del copago y, en su caso, como creo que sería de justicia, su modificación. Algunos, como Gaspar Llamazares, llaman repago a implantar un copago sanitario. Y en parte, tiene razón. Pero olvida el presidente de la Comisión de Sanidad del Congreso que no sería el único caso de repago existente. ¿O es que no repagamos cada vez que nos subimos a un autobús de la EMT? ¿No repagamos en las instalaciones deportivas públicas? ¿No repagamos con todas y casa una de las tasas?
También olvida que, desde mi punto de vista, el copago farmacéutico actual tiene poco de social y nada de equitativo. No lo puede ser cuando Emilio Botín (una vez que se jubile) no pagará nada por sus medicamentos y, en cambio, un parado con dos hijos y una enfermedad crónica seguirá pagando el 40 por ciento.
Llamazares no es el único que se opone al copago. Otros, además, exponen la negativa influencia que el copago tendría sobre la salud de los ciudadanos. De esta manera, argumentan, los pacientes podrían evitar ir al médico a causa del euro que se les podría cobrar. No cabe duda de que el riesgo siempre está ahí, incluso ahora, ya que es el paciente quien decide si acude o no al médico. No obstante, y como los experimentos se deben hacer con gaseosa, ya se han encargado de ello todos los países de nuestro entorno, que tienen copagos implantados y la salud de sus pacientes no es peor.
Por todo ello, creo que ni repago ni riesgo, solo cuentan los votos, especialmente si se puede seguir exprimiendo el jugo al sector.