| domingo, 06 de septiembre de 2009 h |

José María López Alemany

Mientras que muchos de los pasos de los últimos tiempos en medicina van encaminados a individualizar los diagnósticos y tratamientos para ofrecer a cada paciente la terapia más óptima en función de su estado, el SAS parece más interesado en buscar una equidad mal entendida desde mi punto de vista, que tiene como resultado limitar las opciones terapéuticas a algunos pacientes, conviertiéndose en un café para todos que genera importantes déficits de asistencia.

El SAS quiere empezar a limitar la financiación universal de medicamentos, en una acción que podría ser compartida por muchos si el objetivo real del procedimiento no fuera una reducción de costes, sino la optimización, en función de las características de cada paciente, de los recursos. Pero los propios criterios de selección de los medicamentos a evaluar dejan la puerta abierta a la discrecionalidad, lo que promete unos importantes enfrentamientos con las compañías farmacéuticas. No sería de extrañar que terminara afectando solo a aquéllos de mayor impacto presupuestario y no a los menos eficientes, como sería de desear.

El SAS ha puesto sobre la mesa una nueva vuelta de tuerca a la prestación farmacéutica de nuestro país en la que los medicamentos más innovadores ser verán afectados por una evaluación con pocas garantías de imparcialidad y los pacientes dejarán de acceder a esos medicamentos que generan indudables beneficios. Es obvio que no es posible financiar todo para todos, y gratis (como dice el libro de Juan del Llano) pero los gobiernos deben analizar qué recursos son los que se pueden y deben ahorrar, aunque sea a través de medidas impopulares y no sólo a través de medidas sencillas.