Houston, we have a problem here”. Así se dirigió al control de la NASA del Centro Espacial Kennedy el astronauta John Swigert a las 21 horas y 8 minutos del 13 de abril de 1970 cuando miró las luces de alerta del panel de control de la nave espacial Apolo 13 y comprobó que algo fallaba tras haber explosionado un tanque de oxígeno. Finalmente, la misión fue abortada y los cosmonautas que junto a Swingert formaban parte de la tripulación del Apolo 13, James Lowell y Fred W. Haise, pudieron regresar sanos y salvos a la Tierra.
Esta frase, con el cambio de ciudad, de Houston a Washington, parece ser la que habrá utilizado el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, para dirigirse a su equipo de asesores. Y es que, la reforma sanitaria con la que se presentó bajo el brazo para acceder a ocupar la Casa Blanca, no está recorriendo un camino de rosas y se puede convertir en un bumeran que le estalle en las manos al máximo mandatario estadounidenses. Obama cuenta no sólo con la oposición de los republicanos para acometer una reforma que implicaría la universalización de la cobertura sanitaria para los estadounidense a través de la creación de un seguro público, sino que cualquier cesión le llevaría a tener enfrente al ala más progresista de su propio partido.
Obama está ahora en una encrucijada. Para sacar adelante la ley de reforma sanitaria necesita el apoyo republicano, y para obtenerlo tiene que rebajar sus aspiraciones iniciales. Es decir, no tocar meterse en el pastel que tienen las aseguradoras privadas en Estados Unidos. Un lobby que ya en 1993 echo por tierra la Health Security Act del también demócrata Bill Clinton. Ahora, encima de la mesa está un proyecto híbrido presentado por el senador demócrata Max Baucus. Un proyecto, que renuncia al seguro público, que atraería a los republicanos más progresistas pero que ahuyentaría a los demócratas que están más a la izquierda.