| viernes, 26 de noviembre de 2010 h |

El informe definitivo del pilotaje de trazabilidad de medicamentos presentado por Sanidad bien podría haber llevado este aviso: “Las autoridades sanitarias advierten que la lectura de este informe puede provocar la aparición del síndrome de Sócrates”. Y es que, todos aquellos que tuvieron la oportunidad de leer este documento estuvieron aquejados durante los días posteriores por una misma patología, consistente en repetir una y otra vez la frase acuñada por el filósofo griego: “Sólo sé que no sé nada”. Al menos, nada nuevo.

Confirmar que el Datamatrix no es apto para la distribución o que la radiofrecuencia presenta problemas de lectura en envases fabricados con metal, ha costado al sistema sanitario nacional algo más de 250.000 euros y seis meses de probaturas en el más absoluto de los secretos, que incluso hacía pensar en que quizá estuviésemos asistiendo al descubrimiento de la pólvora aplicada al campo de la identificación de fármacos. Sin embargo, para calificar el resultado final de las pruebas bien vale aludir al término acuñado por Francisco de Quevedo en Los Sueños, allá por 1622: perogrullada.

Si a la Sanidad española le sobrase el dinero, e incluso el tiempo, la mera confirmación de lo que ya se sabía bien hubiera valido este viaje. Pero, en esta época en la que se intenta rascar de donde se pueda, por la vía de los reales decretos, conciertos, resoluciones u otras fórmulas inventadas o por inventar, el sector tendría toda la razón en mostrarse indignado por este derroche sin resultado alguno. Si los últimos recortes y el descontento del sector ya habían relegado a un segundo o tercer plano a la trazabilidad, las nulas novedades de la probatura la hacen bajar unos cuantos escalones más.

Y es que, para este viaje, cuyo destino final ha acabado siendo el punto de partida, no se necesitaban estas alforjas. Y menos si las mismas costaban 250.000 euros. Sólo queda esperar que Sanidad no lo piense recuperar metiendo la mano en el bolsillo de los de siempre.