| viernes, 13 de noviembre de 2009 h |

Antonio González es periodista del diario ‘Público’

Casi todos los medios nos lo han contado como la primera gran victoria de Barack Obama, pero es más que eso. En una votación de infarto, la Cámara de Representantes de Estados Unidos (el equivalente a nuestro Congreso) aprobó el pasado 7 de noviembre, sábado para más señas, la reforma sanitaria más ambiciosa planteada nunca antes por un presidente estadounidense. Por sólo cinco votos de diferencia, Obama consiguió su primera gran victoria como presidente del país más poderoso del mundo. Un país que, sin embargo, ofrece una sanidad de vergüenza a muchos de sus ciudadanos. Es cierto que la reforma tiene que pasar por el Senado, donde se enfrenta a dificultades para conseguir su aprobación, dados los tremendos intereses económicos que hay en juego y el pago de favores que muchos senadores deben a las aseguradoras privadas, principales afectadas por la propuesta, pero el paso adelante del Congreso no caerá en saco roto.

Obama parece estar llamado a atravesar todas las barreras, aunque no lo tendrá fácil. Está claro que el primer presidente negro de Estados Unidos ya ha transmitido el carisma suficiente para generar ilusión en todo el mundo, hasta el punto de haber sido galardonado con el Nobel de la Paz por lo que aún no ha hecho. Si los premios, los Nobel y otros menos prestigiosos, se concedieran por las buenas intenciones, no habría vitrinas para todos, eso seguro.

Pero algo nos dice, tanto a nosotros como a los miembros del jurado del Nobel, que con Obama no se van a equivocar, pese a darse la circunstancia de que el hombre de la paz mantiene un ejército de ocupación de miles de soldados en Iraq y Afganistán. Y es que, como se ha visto con la reforma sanitaria, las buenas intenciones pueden acabar convirtiéndose en hechos, y los hechos acaban siendo la mejor forma de transmitir las ideas. Así, aunque el Senado echara ahora abajo la reforma de Obama, lo que parece posible pero no probable, el propio debate que ha tenido lugar en el seno de la sociedad estadounidense habría merecido la pena.

No hay que olvidar que, pese a quien pese, Estados Unidos sigue siendo el gran referente mundial. Por ello, el mero hecho de plantearse una mayor cobertura de su sanidad pública, siguiendo la filosofía del modelo de asistencia universal, tendrá también consecuencias en los grandes países en desarrollo que están construyendo ahora los cimientos de su particular Estado de consumo y bienestar. En consecuencia, este debate, que pone de relieve la mayor carencia del país más poderoso del mundo, debe servir de acicate a escala global para que otros países no caigan en el mismo error. Aunque aquí lo tenemos claro, la idea básica de que todos tenemos derecho a una asistencia sanitaria de calidad debe poder extenderse y superar todas las fronteras, como Obama. Esperemos que su afán por mejorar la sanidad le haga merecedor, de verdad, de muchos otros premios.