La muerte de Rayan fue consecuencia de un

fallo del sistema en su conjunto

| 2009-07-19T17:00:00+02:00 h |

Antonio González

es periodista del diario ‘Público’

Pocas noticias conmocionan tanto como la muerte de un bebé, sobre todo si el fallecimiento es evitable y sobreviene por una negligencia. Todos los veranos mueren pequeños al quedarse olvidados por sus padres en el interior de un coche al sol, o fruto de un descuido en una piscina. Sin embargo, el caso de Rayan es diferente. Y es diferente porque estaba en este mundo gracias a la pericia de los médicos, que lograron librarle de la muerte que, bajo el sello de la gripe H1N1, le impidió conocer a su madre. Es diferente porque el error que causó su muerte ocurrió en el lugar donde más seguro debe estar un bebé, en una unidad de cuidados intensivos pediátricos, en este caso del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Y es diferente también porque, a diferencia de lo que suele ocurrir con las negligencias médicas, el centro sanitario ha asumido el error desde el principio.

Pocos pueden dudar de que el ejercicio de asunción de responsabilidades realizada por el gerente del hospital, Antonio Barba, que compareció ante los medios visiblemente abatido para achacar el fallecimiento del niño a un “terrorífico error profesional”, fue un acto legítimo. Sin embargo, y aquí hay que coincidir con el defensor del Pueblo, Enrique Múgica, y dejar claro que la autocrítica no basta. En efecto, parece claro, si la investigación no demuestra otra cosa, que la causa directa de la muerte de Rayan fue un error en la vía de la administración del suero lácteo del que se alimentaba por parte de una enfermera joven e inexperta. Pero quedarnos sólo con esta explicación sería como relegar la muerte Rayan a la categoría de anécdota y atribuir a la enfermera una responsabilidad con cuyo peso no debe cargar sola.

Aquí hemos fallado todos, no sólo la enfermera, y todos debemos cargar con nuestra parte de culpa. La enfermera cometió el error, sí. Pero sus superiores le permitieron quedarse sola en una unidad de prematuros donde no tenía experiencia, posiblemente porque las carencias organizativas del centro dieron lugar a esa situación. No se trata sólo de revisar la organización del hospital, como pretende Múgica, ya que los problemas de personal y funcionamiento que aquejan a muchos hospitales vienen derivados de una visión política cada vez más mercantilista de la sanidad, tendente a ahorrar recursos en un servicio donde no se deberían escatimar esfuerzos. Tampoco le vale de nada a Rayan que Esperanza Aguirre anuncie ahora que se tomarán medidas para que no vuelva a ocurrir algo similar. Ya está bien que nuestros políticos esperen a que haya una muerte para anunciar que van a hacer lo que se debería haber hecho hace tiempo.

Tampoco los medios nos libramos en estos casos de nuestra parte de culpa. Somos responsables por no saber poner en contexto este tipo de negligencias y relegar fallos estructurales como éste a la categoría de un hecho puntual que en pocas semanas sólo merecerá alguna mención en las páginas interiores de los periódicos. Esperemos que, esta vez, la muerte de Rayan haya servido realmente para algo.