| viernes, 23 de julio de 2010 h |

Antonio González es periodista del diario ‘Público’

El concepto de tiempo condiciona toda nuestra existencia. Pocas cosas hay tan cercanas a la condición humana como el ser conscientes del paso del tiempo, y de que todo aquello que queda atrás es irrecuperable e inmutable, de la misma forma que lo que viene es incierto, por mucho que queremos tenerlo todo planificado. El tiempo, o más bien el disponer de él a nuestro antojo, se ha convertido en uno de nuestros bienes más preciados, y de hecho las vacaciones siguen constituyendo hoy una de las mayores conquistas del Estado del bienestar. Ahora que estamos en verano, ese tiempo libre remunerado que se denomina vacaciones y que cualquier año de estos desaparecerá (si no lo ha hecho ya de facto víctima de los múltiples cacharros digitales que nos mantienen conectados todo el día a la oficina), adquiere su máxima expresión. Parece que ahora hay tiempo para todo. Tenemos tiempo para ir a la playa, para beber más cervezas de las debidas, para echarnos la siesta o, simplemente, para perder el tiempo.

Sin embargo, a la vuelta todo será igual, y la falta de tiempo seguirá dominando la vida de muchos de nosotros, y lo que es peor, atacando persistentemente a nuestra salud en forma de estrés, de carencias nutricionales, de falta de descanso, de problemas afectivos… Por ello, las vacaciones son un buen momento para pensar cómo podemos ganar tiempo para nosotros, o más bien en favor de nuestra salud, cuando volvamos al trabajo. Podríamos, por ejemplo, empezar a hacer caso al Comité Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles de Ignacio Buqueras, que lleva años predicando sin mucho resultado sobre algo tan obvio como la escasa utilidad de las jornadas laborales prolongadas, tanto para los trabajadores, que verían mejorar su salud y su vida personal, como para los empresarios, que tendrían a un personal más eficiente y menos gastos.

Ahora que la OMS y el COI se han puesto de acuerdo para fomentar los modos de vida sanos, en particular la actividad física y el deporte, podríamos conectar ambos objetivos y empezar por acortar y ajustar la jornada a aquellos trabajadores que dedicaran esas horas a velar por su salud en el presente y, por cierto, por nuestra factura sanitaria en el futuro. Igual estaban de acuerdo con la idea de personas tan alejadas en sus intereses como Emilio Botín y Cayo Lara, ambos firmantes del manifiesto promovido en su momento en favor de la racionalización de los horarios. Luego les llegaría el turno a aquellos que deberían dormir sus ocho horas, en lugar de cuatro o cinco, lo que a su vez evitaría accidentes de tráfico y supondría a la larga otro alivio para el sistema sanitario. Recordará al efecto mariposa, pero es innegable que muchas de las carencias de la actual sociedad (la falta de tiempo es una de las principales) las acaba pagando el sistema sanitario, aunque acabe siendo en nuestras propias carnes.