Las autoridades deben tomar ya medidas agresivas y valientes para atajar el avance de la obesidad infantil
| 2009-02-15T18:03:00+01:00 h |

Antonio González

es periodista del diario ‘Público’

Lo de la medicina preventiva nos sigue sonando a chino, con todo respeto a tan ancestral lengua que, por otro lado, y según están las cosas de la economía, habrá que ir aprendiendo cuanto antes. Disquisiciones lingüísticas aparte, es cierto que todos conocemos el enorme valor de la prevención en medicina, y tampoco es un secreto que las autoridades sanitarias en general, y el Ministerio de Sanidad en particular, llevan ya muchos años machacándonos con mensajes y campañas para que la idea nos entre en la cabeza. Pero, de momento, parece tarea imposible.

Al final parece que, en materia de salud, sólo entendemos el palo, y el tabaco es un ejemplo insuperable de esta triste realidad. Ya se pueden acumular por millones las evidencias científicas de las nocivas consecuencias de este mal llamado hábito para el fumador y los que le rodean, que hasta que no viene una ley, con sus sanciones respectivas, nadie deja el pitillo en el trabajo. Por supuesto, los fumadores que se ven obligados a bajar a la calle no se alegran porque ahora fuman menos y ya no perjudican a sus compañeros, sino que se quejan del mortal riesgo de sufrir un resfriado y se sienten víctimas de un complot, mientras por otro lado restan importancia a síntomas que, como la fatiga o las toses, no son sino señales de alarma de un organismo agredido por uno de los mayores tóxicos que se conocen.

Pero si el tabaquismo supone un baldón para la salud pública, y también para las maltrechas cuentas de la sanidad pública, no es nada comparable con las consecuencias que tendrá en este siglo una de las mayores amenazas a las que nos enfrentamos en el futuro inmediato: la epidemia de obesidad. Por si alguien tiene todavía dudas, los últimos datos dibujan un panorama desolador, sobre todo entre los más pequeños. Según los datos preliminares del programa Perseo, que presentará en breve el ministro de Sanidad, Bernat Soria, el 16 por ciento de los escolares de educación primaria son obesos, y el sobrepeso, en sus distintos grados, afecta al 35 por ciento.

Pese al sesgo que pueda tener este estudio, ya que se ha realizado en las comunidades autónomas con más obesidad, los datos revelan una situación dramática, aunque poco espectacular para ser objeto de atención preferente por los medios de comunicación y los responsables sanitarios. Nadie duda de que a nuestros consejeros de Sanidad les gusta mucho más salir en la prensa comprando dispositivos de tecnología o inaugurando hospitales que abordando con programas efectivos el problema creciente de la obesidad infantil.

Sin embargo, este problema supone un desafío para el sistema sanitario cuyas consecuencias no somos capaces de imaginar en su totalidad. Es cierto que ese tercio de los escolares que ya a los diez años conviven con el sobrepeso no empezarán a sufrir patologías derivadas hasta dentro de varios años, pero lo que hay que saber es que entonces será demasiado tarde.

Es verdad que, poco a poco, las autoridades están reaccionando, y la estrategia NAOS es una prueba de ello, pero una prueba claramente insuficiente. Hacen falta medidas valientes y agresivas que, como en el caso del tabaco, hagan mejorar la salud e impidan lastrar las cuentas de la sanidad pública con un ingente gasto extra. Y hay que tomarlas ya; no hay tiempo que perder.