Antonio González es periodista del diario ‘Público’
Me sorprende que a estas alturas los políticos sigan sin darse cuenta de la importancia real que tiene la sanidad para la gente. Aunque sea una cantinela repetida hasta la saciedad, hay que remarcar que la salud, tanto la propia como la de nuestras personas más queridas, es lo primero para cualquiera, sobre todo cuando la enfermedad hace su aparición. Y ante cualquier cosa que amenace este bien supremo que es la salud, no hay nada mejor que un sistema sanitario público que da acceso a todos, y en igualdad de condiciones, a un amplio abanico de prestaciones.
La ola de protestas que se ha levantado en Cataluña, una de las comunidades con mejor sanidad pero también con una deuda más acuciante, no debería sorprender a nadie, sino que debería servir de antídoto para aquellos responsables sanitarios que esperan a que pasen las elecciones autonómicas para enarbolar la tijera en sanidad y educación. El gran cabreo generado por los planes de recorte de Boi Ruiz, al que por cierto hay que agradecer su franqueza a la hora de plantear sus propuestas, debería hacer pensar a nuestros responsables sanitarios en medidas para garantizar la sostenibilidad de la sanidad que no supongan, en la práctica, un misil a la línea de flotación del sistema público y, en última instancia, un ataque en toda regla a los derechos fundamentales.
Ruiz, al que no le podemos hurtar su condición de gran conocedor del sector sanitario, hace un símil con un proceso de duelo, y sostiene que en una primera fase, que a su juicio es la actual, cuesta aceptar la realidad cuando es dolorosa. Pero Ruiz parte o quiere hacernos partir de un supuesto equivocado, que el sistema sanitario público, tal como lo conocemos, está muerto o al menos moribundo. Y no es cierto, como atestiguan las miles de personas que están saliendo a la calle en Cataluña.
Como venía decir Leire Pajín el otro día, cuando tras una llamativa ausencia decidió por fin posicionarse en este debate fundamental sobre el futuro de la sanidad, en el fondo se trata de una cuestión de prioridades. Y es cierto, pocos verán amenazados sus derechos porque el impuesto de sucesiones se elimine, porque se reduzca el parque móvil de tanto cargo político de medio pelo o se les haga ir en metro y autobús. Tampoco notaríamos un recorte en Defensa o en el presupuesto del Banco de España, que para lo que hace… Y tampoco sería traumática la supresión del Senado (hagamos el ejercicio de preguntar a la ciudadanía si sirve para algo). Pero todo el mundo se siente amenazado cuando se trata de recortar la sanidad, porque es un derecho de todos y un logro colectivo de la sociedad española.
El problema de la financiación existe, y es todo un reto. Por eso ha llegado la hora de dar paso a aquellos políticos y gestores que sepan proponer soluciones al problema más allá del mero recorte lineal, con imaginación y valentía. Porque recortar a las bravas, como propone Ruiz, lo puede hacer cualquiera.