| domingo, 17 de mayo de 2009 h |

Pablo Martínez

Periodista e historiador

La Asociación Española de Farmacéuticos de Letras y Artes (Aefla) ha organizado, en la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid, un homenaje al que fue uno de sus miembros más brillantes y uno de los más queridos: Pedro Malo García (1926-2008). Había llegado ya en su madurez a las más altas cotas de reconocimiento profesional: doctor en Farmacia y académico correspondiente de la Real Academia Nacional de Farmacia, pero a él le gustaba considerarse desde tres perspectivas. Primero, un tuno, no en vano fundó la tuna de la Facultad de Farmacia de Madrid en 1948 e introdujo los “Clavelitos” en el repertorio de las rondallas universitarias. Segundo, un boticario, ya que había sido titular de una pequeña y recoleta farmacia en el centro de Madrid. Y tercero, un periodista dedicado en cuerpo y alma a ensalzar y aglutinar a su profesión, a la que demostró que amaba profundamente.

Le conocí un día triste para él, cuando se anunció que dejaba la publicación El Monitor de la Farmacia, única revista farmacéutica española que logró cumplir el centenario y que Pedro dirigió durante sus últimos 20 años. Después, hombre hiperactivo y prolífico en la prensa farmacéutica, coincidimos en muchas ocasiones y tuve el honor de que me distinguiera con su amistad. No constituye ningún mérito mío.

Repasando nuestras relaciones me he dado cuenta de que Malo, al que su apellido no le hacía ninguna justicia, fue, ante todo, un hombre íntegramente bueno y amigo de todos. Tenía, eso sí, dos puntos débiles ante los que nadie sensato se debía interponer: el orgullo jienense por su Quesada natal y su desaforado apetito. Desde mi punto de vista, una vez superadas las emociones que homenajes como el de Aefla provocan, porque se lo dedican personas que le quisieron, Pedro pasará a la historia de la farmacia española como el mejor cronista de la misma en la segunda mitad del siglo XX.