| viernes, 06 de mayo de 2011 h |

Pablo Martínez, periodista e historiador

Acababa de leer el último comunicado del Ministerio de Sanidad sobre el gasto en medicamentos, que bajo el titular “El gasto farmacéutico descendió en marzo un 12,86 por ciento en relación al mismo mes del año anterior”, glosaba el éxito de las medidas de ahorro adoptadas por el Gobierno, cuando me di cuenta que tenía que ir a la farmacia a reponer mi tratamiento. Me encuentro bien, pienso que gracias las medicinas que consumo, pero encajo en la definición de crónico polimedicado. Encontré a mi farmacéutico visiblemente atribulado. Es decir, triste, compungido, apenado, afligido, desolado. Tecleaba rápidamente una y otra una serie de dígitos en su calculadora y ladeaba la cabeza al tiempo que fruncía los labios, tardó unos instantes en percatarse de mi presencia. Percibí su estado de ánimo pero no le pregunté nada. Él mismo, por la confianza que nos une, levantó la cabeza y en lugar de saludarme exclamó: “No puedo, no me salen las cuentas”. Inmediatamente recordé que adquirió la farmacia en 2007 y que debe estar empeñado hasta las trancas para hacer frente a un traspaso de los de aquella época.

“Mi facturación ha caído más de un 10 por ciento y todos los gastos han subido, incluida la hipoteca”, añadió como complemento a su primera declaración de impotencia. Terció entonces un nuevo cliente, un habitual que ambos conocemos bien, que es economista y trabaja en una importante consultora. “Perdona la intromisión, pero acabo de escucharte ¿cuál es tu margen neto?”, le dijo. “No, no importa, mi margen neto, acabo de calcularlo, es del 10,8 por ciento”, contestó el boticario. El economista adoptó una expresión seria y señaló: “Pues así no puede seguir ni una farmacia, ni una panadería. Tus ingresos han disminuido, pero estás dando los mismos servicios y con el mismo personal. Tienes que reducir gastos”.

El farmacéutico balbució: “Lo sé, y soy consciente, pero lo cierto es que el número de dispensaciones, aunque de menor precio, ha aumentado y he ganado clientes gracias a darles un buen servicio”. No supe que decirle, pero reconozco que me contagio su congoja.