Pablo Martínez
Periodista e historiador
En la farmacia española hablar de Luxemburgo representa pensar en el Tribunal de Justicia Europeo y en que existen posibilidades de que la Comisión Europea no se dé por satisfecha con las respuestas del Gobierno al dictamen motivado sobre la legislación farmacéutica y nos encontremos con que todo se juega a la única carta de una sentencia. En el V Congreso Nacional de Derecho Sanitario que se celebró en Madrid, distintos expertos señalaron que sobre este asunto era preferible alcanzar un acuerdo transaccional con la Comisión Europea, puesto que representaría conservar una parte del modelo, antes que llegar a la situación límite de un todo o nada dirimido por un Tribunal inapelable.
Me pareció valiente la posición del presidente de Cofares, Carlos González Bosch, que puso en evidencia las contradicciones del modelo español, especialmente de los baremos de méritos, que han introducido elementos que no tienen que ver con la sanidad, como el conocimiento del idioma o la pertenencia a la propia autonomía. A la hora de pensar en transacciones, éste señaló que se podría conservar la planificación renunciando a los baremos.
Si se llega a un acuerdo transaccional habrá un modelo diferente pero con la impregnación de los anteriores y evitaría llegar al Tribunal de Luxemburgo. Aunque fuera así, Luxemburgo seguiría estando presente. Su historia se remonta al Imperio Romano, formó parte de las Diecisiete Provincias de los Países Bajos que eran soberanía del rey de España, fue parte de los Países Bajos que pasaron a la línea austriaca de los Habsburgo, ha sido conquistado por Francia y por Alemania y, como Gran Ducado, desde 1868, es una monarquía constitucional, hoy con el mayor PIB per cápita del mundo. Si un acuerdo transaccional sobre el modelo de farmacia, bebiendo de muchas fuentes, pudiera representar algo parecido a Luxemburgo, impregnado de toda Europa, resultaría deseable.