| viernes, 27 de enero de 2012 h |

Tengo a muchos de mis amigos farmacéuticos en situación de espera desesperanzada. La ministra de Sanidad, Ana Mato, ha anunciado que el 1 de febrero comparecerá en el Congreso de los Diputados y, en ese marco, anunciará los ajustes farmacéuticos que tiene previstos. A partir de ahí surge la impaciencia de la espera y la desesperación de no esperar nada bueno. Es decir, la desesperanza. No se trata de un repentino ataque colectivo de fatalidad, me dicen, sino del resultado de experiencias acumuladas, la última de ellas, la constatación de una bajada media de la facturación de las recetas 8,78 por ciento el pasado año, una cifra que representa una bajada próxima al 30 por ciento desde 2005. En ese periodo, el precio de los medicamentos descendió un 8,5 por ciento en Grecia, un 4 por ciento en Irlanda y un 3,1 por ciento en Portugal, y se trata de países en situación de rescate económico. Aquí, sin haber llegado a esa situación, con los medicamentos se han batido todos los récords añadiendo la triste sensación del castigo injusto y reiterado.

Dar ánimos a quien se siente frustrado, agobiado e inerme no resulta sencillo. No obstante, por mala que sea la situación de la economía española no tiene comparación con la vivida por nuestros antepasados y por muchos conciudadanos del mundo actual en situaciones de guerra o de grandes catástrofes naturales. Lo actual es un mal ciclo que obliga a adaptarse, reinventarse, segmentar las acciones, potenciar recursos distintos de aquel que está sufriendo los peores embates, pero pasará. Caer en la desesperanza es desdeñar nuestras propias posibilidades.

El mayor mérito lo tienen en estos momentos los miles de farmacéuticos que no se han rendido, los que a costa de tiempo, esfuerzo y pocas promesas de retribución, están apostando por una farmacia más asistencial y se están formando para ello. Los que se han esforzado por identificar las necesidades de su zona y diseñan el servicio adecuado, en definitiva, todos aquellos que, como el poeta libanés Khalil Gibran (1883-1931), son conscientes de que “en el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante”.