Marta Ciércoles es periodista del diario ‘Avui’
Mi intención en este artículo era hacer algunos comentarios a propósito del revuelo generado por la futura ley de salud sexual y reproductiva e interrupción voluntaria del embarazo, la conocida como ‘ley del aborto’. Pero una conversación que pude escuchar hace muy pocos días en un comercio de mi barrio a raíz de la vacunación contra la llamada gripe A, me hizo caer en la cuenta de ciertas actitudes de carácter individualista que despiertan ambas cuestiones. Las razones de base quizá sean distintas en cada caso: morales en lo que respecta al aborto y de puro desconocimiento y miedo ante la nueva vacuna, pero el resultado final acaba siendo el desprecio por el interés colectivo.
A estas alturas de la película, me pregunto cómo es posible que en España no exista todavía una ley con cara y ojos que reconozca el derecho de la mujer a una maternidad libremente elegida. Y ahora que estamos a las puertas de conseguirla y de dejar atrás una normativa que, no lo olvidemos, lo que hace es despenalizar una conducta en ciertos supuestos, resulta que desde ciertos sectores se organiza una masiva manifestación (aunque lo de los dos millones de asistentes habría que ponerlo en cuarentena) para echar al traste todos los esfuerzos por consensuar un texto necesario desde hace años.
La ley del aborto es una de las asignaturas pendientes en este país. No hay que olvidar que se trata de una promesa que ha formado parte de los programas electorales de un partido, el PSOE, que ha gobernado durante varias legislaturas gracias a millones de votantes, los cuales, se supone, apoyan y quieren ver realizadas sus propuestas.
La ‘ley del aborto’ no obliga a nadie a abortar, y la legítima discusión sobre si las menores de 16 y 17 años deberían o no poder ejercer este derecho sin el consentimiento de los padres no debería servir de excusa para poner en duda, desde creencias estrictamente personales, la necesidad de una legislación en beneficio del interés colectivo que nos equipara a la mayoría de estados europeos y que regula una realidad innegable desde hace años en España.
Y ahora vuelvo al tema de la vacuna. En la conversación que pude escuchar la semana pasada, cuatro personas expresaban su rechazo a todo tipo de vacunas. La desconfianza que ha generado la vacunación frente a la gripe A les llevaba a afirmar que todas las vacunas no eran más que el gran negocio de los laboratorios. A partir de esta disparatada premisa, la conclusión no se quedaba atrás: mejor no vacunar a nuestros niños, no sea que les metan algo raro. “Mi vecina no ha vacunado a sus hijos y están la mar de sanos”. Al escuchar esto, tuve que contenerme para no inmiscuirme en la conversación. Mientras la mayoría de los niños se vacunen, al niño de la vecina no le pasará nada por no hacerlo. Mientras sean otras las mujeres que se ven en la necesidad de interrumpir un embarazo, salir a la calle cuesta muy poco.